miércoles, 27 de mayo de 2009

El impertinente (2) “La Guagua Atea”



Reproduzco el artículo aparecido en la Revista Tangentes Nº 11 del pasado mes de abril, en el que planteo el tan traído y llevado tema de la laicidad. Saludos.


“Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida”. Carteles con este mensaje se pasean en guaguas de algunas capitales españolas. En realidad, ni siquiera deberíamos calificar a este cartel de ateo, todo lo más de agnóstico. Que una iniciativa de este tipo haya levantado tal polvareda es un indicio de que aún queda mucho camino por recorrer en la “reserva espiritual de occidente”. Que un colectivo de ciudadanos exprese gráficamente sus dudas sobre la existencia de Dios provoca ríos de tinta que nada tendría que ver si el mensaje fuera una exaltación de Escrivá de Balaguer o la próxima visita de la Virgen de Candelaria.
En los últimos años, el proceso de secularización que se ha vivido en España ha empezado a delimitar los espacios que deben ocupar las confesiones religiosas organizadas y el resto de la sociedad civil y sus instituciones. “A Dios, gracias”, lejos queda ya la época del catolicismo obligatorio. Pero aún subsisten signos de la antigua connivencia. A muchos políticos les sigue gustando mostrarse detrás de una procesión y todavía hay quien cree que acompañado santos se arañan votos. No falta quien confunde la beatería con una cualidad política. La promiscuidad entre las instituciones del Estado, entre las que se encuentran las municipales, y una confesión religiosa, la que sea, resulta inquietante.
Hay pueblos donde se celebra medio santoral. Campanadas en las vísperas, al romper el alba, voladores a todas horas, dianas floreadas a las siete de la mañana, procesiones (con publicidad incluida o sin ella)… La mayoría de la ciudadanía que pertenece, según las estadísticas, a ese nebuloso grupo de los creyentes pero no practicantes, los que no pisan la Iglesia sino es para primeras comuniones, bautizos o funerales, los que no se pronuncian, los agnósticos y ateos –que ganan terreno cada día- tiene que aceptar esa ocupación constante del espacio público. Vale, habrá que hacer el esfuerzo. Pero ¿estamos preparados para el caso de que en el futuro un grupo de ciudadanos pretenda construir una mezquita en uno de nuestros barrios? ¿pondríamos pegas a que la comunidad china celebre su año nuevo en una de nuestras plazas? ¿o que una confesión minoritaria solicite permiso para realizar un acto público en la calle con prohibición de circulación y estacionamiento para los coches incluida? En una sociedad democrática como la nuestra y desde una sana perspectiva laica no debería haber ningún impedimento.
Tendremos que ponernos de acuerdo, de todos modos, sobre los límites de la expresión pública de una confesión religiosa, por muy mayoritaria y tradicional que sea. No pretendemos que los creyentes vivan su opción personal de las puertas de su templo para adentro pero de ahí a considerar que la esfera pública les pertenece por derecho va un largo trecho. El futuro pasa por el respeto mutuo, desde luego, pero también por el pacto sobre los límites. Al autor de este artículo, por ejemplo, le gustaría no tener que despertarse sobresaltado por repiques de campanas a deshoras o voladores en formas de aleluyas. ¿Hay que exiliarse para eso?
El Estado Laico surgió como única forma de garantizar la convivencia en paz de los diferentes, tal y como afirma el sociólogo Díaz-Salazar. Pero la jerarquía eclesiástica ha querido ver en esto un ataque a su propia línea de flotación. Pretende seguir desempeñando un papel determinante en los debates morales y sociales, como han venido haciendo durante siglos. Ciertamente, tienen todo el derecho del mundo a pronunciarse pero en la misma medida que lo tiene cualquier otro colectivo. Del mismo modo que los no creyentes tenemos que aceptar campañas en las que se cuestiona la capacidad de las mujeres para decidir sobre la interrupción del embarazo, que el Papa rechace el uso de preservativos en un continente africano azotado por el sida o que se le ponga todo tipo de trabas a la experimentación con células madres que podrían dar un halo de esperanza a muchas personas enfermas éstos deben aceptar las expresiones sobre todo lo contrario. Supongo que es difícil aceptar que a uno ya no le reconocen, el Estado en este caso, la propiedad exclusiva de la Verdad y del juicio moral. Pero la misión del Estado es de mucho más calado: asegurar la libertad de la ciudadanía, la convivencia y el respeto a la pluralidad.
¿Se imaginan una guagua por estos lares con el mensaje “Dios ha muerto”? Tampoco habría que rasgarse las vestiduras por eso. Al fin y al cabo todo el que haya estudiado 2º de Bachillerato sabe que esa era la afirmación fundamental de Nietzche y todavía no tenemos noticias de que a estos miles de alumnos se les haya sometido a un exorcismo.

3 comentarios:

  1. En un plano más banal y/o humorístico, podríamos aprovechar la expresión pública para muchos otros mensajes ... por aquí y allá hay ejemplos

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  2. Tal y como se ha puesto la cosa en el I. más bien creo que no estaría mal que la guaguita en cuestión se diera una vuelta por aquí.

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  3. Apoyo la guagua-moción. Muy buena la entrada. Saludos a mis blogueros preferidos.

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