martes, 22 de marzo de 2011

El Catalejo (8) ¿Nucleares? No, gracias

En 1991 estuve de visita en Kiev, a escasos 110 kilómetros de Chernobyl y solo cinco años después del accidente nuclear más grave de la historia (si es que el desastre de Fukushima no termina por desbancarlo). La verdad es que solo fui consciente de ello estando en la actual capital de Ukrania. Mi naturaleza aprensiva me llevó a “detectar” un sabor extraño en el agua y a ver indicios radioactivos por todas partes. Tuve la oportunidad de hablar con un cubano que trabajaba en el aeropuerto de la ciudad y me dijo que al poco tiempo del accidente su esposa había dado a luz a un “niño burbuja”. Añadió que en realidad jamás podríamos tener una idea en Occidente del horror que habían vivido en aquellos días.
Como pasó el tiempo, y la naturaleza humana es como es, los efectos psicológicos de Chernobyl se fueron atenuando. Además, siempre se le podía achacar la culpa a la proverbial ineficiencia soviética y a su obsoleta tecnología. Pudimos comprobar con cierto pasmo la conversión de James Lovelock, postulador de la hipótesis de Gaia y gurú del ecologismo, a las huestes de los pro-nucleares, como una supuesta forma de combatir el cambio climático. La idea es que las actuales centrales nucleares son lo suficientemente seguras y que constituyen una forma, a la postre, limpia y eficaz de generar energía. ¡Y en esto llegó Fukushima!, ¡y le hemos vuelto a ver las uñas al gato! El escenario que nos plantea una nueva catástrofe nuclear, mucho mayor incluso de lo que ha ocurrido hasta ahora, en uno o varios reactores nucleares de esta central japonesa es inimaginable. Como era de esperar una oleada de angustia y de caída en picado de la popularidad de la energía recorre el planeta. La pregunta es ¿hasta cuándo? En esta sociedad del acontecimiento hiperrápido todo se volatiliza en cuanto desciende el tiempo que se le dedica en los noticiarios. Es este el momento, por tanto, de “cerrar” definitivamente este debate: la energía nuclear siempre será tan potencialmente peligrosa que en absoluto compensa sus posibles beneficios a corto plazo. Nos hemos olvidado, por otra parte, de que una espada de Damocles más peligrosa aún pende sobre nuestras cabezas: el armamento militar nuclear. Un solo submarino de propulsión nuclear y sus múltiples misiles estratégicos puede por sí solo desencadenar el tan temido apocalipsis (ya sea por un accidente o como resultado de un enfrentamiento bélico) -tengo, por cierto, que comentárselo a algún Testigo de Jehová para que lo incluya en sus revistillas. Por no hablar de portaaviones, cruceros, bombarderos estrátegicos, misiles, etc que campan a sus anchas. A fuerza de acostumbrarnos a ello nos ha terminado pareciendo que es un decorado que forma parte del paisaje. Otra prueba más de la peculiar forma de inteligencia humana. Definitivamente, ¡no tenemos remedio! Habrá que desempolvar con firmeza aquel “¿nucleares? ¡no, gracias!”.

2 comentarios:

  1. El problema son además las consecuencias permanentes y a largo plazo de un accidente nuclear (nada que ver con otras formas de energía). Y evidentemente hay que llegar a algún tipo de acuerdo mundial (por utópico que parezca). Saludos.

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