sábado, 29 de enero de 2011

El Aula (3) ¿De qué Paz hablamos?

En estos días muchos centros educativos celebran el “Día Escolar Por la Paz”. Soy de los que cree que estas efemérides son necesarias. Es cierto que estas cosas deben “celebrarse” todos los días y no en una jornada concreta. Vale. Pero los humanos somos muy dados a estas componendas y no está mal del todo. La Paz y la Solidaridad siguen siendo valores esenciales para la escuela. El problema es que, si queremos que tengan un mínimo de significado, tienen que estar ligadas a demandas, situaciones y problemas concretos. Hemos abusado de una simbología que ha terminado por vaciarse de contenido. No se puede reducir la demanda de paz y la exigencia de justicia a un conjunto de blanquísimas palomas y muñecotes angelicales, abstracciones casi metafísicas sin capacidad transformadora alguna. Esa es la manera de pasar de puntillas por el expediente, recurrir a los lugares comunes que no exigen compromiso alguno.
Por eso es habitual y deseable aprovechar estas ocasiones para vocear demandas concretas. En estas islas, en los últimos años (sobre todo en el marco de la Red Canaria de Escuelas Solidarias) hemos hecho coincidir este día con acciones de sensibilización sobre la inmigración irregular y la situación de los Derechos Humanos en el Sáhara Occidental -cosas que nos tocan muy de cerca. Sin obviar, claro está, esa pléyade de conflictos e injusticias que asola nuestro planeta.
La escuela no puede ser neutral. Porque ¿qué es la neutralidad? ¿la sutil equidistancia entre víctimas y verdugos? ¿el distanciamiento acrítico de los hechos? ¿la obsesión por no molestar a nadie? Existe, además, la consideración de fondo de que el alumnado sufre algún tipo de discapacidad mental grave. Hay quien piensa que las débiles mentes infantiles y juveniles podrían sufrir algún tipo de shock postraumático, de difícil arreglo posterior, si se entra en detalle respecto a algunos problemas, si se denuncia la causa de las injusticias, si se llama a las cosas por su nombre. Mejor mantenerlos en el mundo de Heidi para que de adultos puedan ejercer de felices y despreocupados consumidores. Dicho esto, hay que dejar claro que no se trata de adoctrinar, peligroso planteamiento que hay que evitar a toda costa. Denunciar la violación de los derechos humanos hallá donde se produzca, la causas sistémicas que están detrás de la pobreza y la exclusión, de la destrucción de nuestro planeta, de la violencia de género, promover la democracia, etc. no es impartir una doctrina. Es darle contenido a la educación. ¿Qué si no es educar para la ciudadanía? ¿en qué consiste entonces la 'competencia social y ciudadana'?
La escuela debe ser, en todo caso, plural. La pluralidad es una garantía precisamente contra el peligro del adoctrinamiento. Quienes se rasgan las vestiduras porque se exhiba, pongamos por caso, una bandera saharaui en un marco escolar son precisamente quienes incurren en un atroz sectarismo. Hay también un miedo irracional (como todos los miedos) a que se 'haga política' con el alumnado. Este miedo tan extendido recuerda a aquel famoso comentario que se le atribuía a Franco cuando le recomendaba a sus propios ministros “que no se metieran en política”. Uno de los males sociales que nos aquejan, herencia quizás de aquellos años de oscuridad, es la despolitización de la ciudadanía. Se confunde torticeramente 'política' con 'política de partido'. Hacer política no es hacer propaganda de las tesis de un partido. Han sido los partidos políticos y su clase profesional quienes se han agenciado para ellos el ejercicio de la política, que es una de las condiciones esenciales de la ciudadanía. Nos han hecho creer que la política es una cosa mala y sospechosa, que mejor está en manos de quienes se presentan ad eternam a las elecciones y pasan de un cargo a otro como quien juega a la oca (y tiro porque me toca).
En estos tiempos que corren parece estar produciéndose una gran confluencia de intereses para arrebatarle a la ciudadanía los últimos despojos de soberanía, aquella que tan pretenciosamente aparece en los preámbulos de declaraciones y constituciones varias. Y para ello se recurre a la vieja técnica del miedo. Y el miedo genera parálisis. Justo lo que necesitan quienes desean que en el solar la cosa esté tranquilita.
Frente a todo esto la escuela sigue siendo el último refugio de la esperanza.

jueves, 27 de enero de 2011

El Catalejo (3) La tenebrosa sombra de Berlusconi

Acabo de terminar un libro delicioso de un autor que me era completamente desconocido hasta el momento: Enric González y su “Historias de Roma” (RBA 2010). Este es un periodista de El País que ha tenido la buena maña de dejarnos un magnífico retrato de las ciudades en las que ha ido ejerciendo sus corresponsalías. En este pequeño pero sabroso libro González hace un esbozo de la Italia de Berlusconi. Confieso que al ciudadano común nos hace falta algún tipo de análisis histórico-sociológico para poder entender este fenómeno político tan desagradable. Uno es de los que aún tiene una enorme fascinación por la vieja Italia. Su apabullante patrimonio histórico-artístico y su papel central en la historia de Europa ejercen una atracción irresistible sobre cualquier alma sensible. Pero con Berlusconi de por medio esta idea de Italia estalla como una pompa de jabón.
Hace unos días la filósofa Amelia Varcárcel, en un artículo de título revelador, “¿Se puede caer más bajo?” establecía un paralelismo entre la Italia de Berlusconi y la Roma de Tiberio. Ambas se caracterizaban por una acusada degradación moral y por la confusión absoluta entre las miserias privadas y la cosa pública. De igual modo podríamos hablar de la Roma de Nerón, de Calígula o de los muchos césares efímeros que sucumbieron en un torbellino de violencia y depravación. La corrupción de la clase gobernante era paralela a la corrupción social generalizada. Habrá que desempolvar al venerable Suetonio para ponerse al día. Del mismo modo, algunos estudios sociológicos constatan que no son pocos los padres y madres que verían con buenos ojos que sus hijas tuvieran alguna oportunidad de promoción ejerciendo como amiguitas en el famoso harén de Berlusconi. Incluso una parte importante del electorado manifiesta que volvería a votar a este hombre a pesar de la que está cayendo, sin que acusaciones tan gruesas como la de prostitución de menores, pasando por una trayectoria político-empresarial que daría para varios capítulos más de “El Padrino”, parezcan importarles. Un tipo que tiene un auténtico emporio informativo que no duda en utilizar en su propio beneficio, preside uno de los club de fútbol más relevantes del mundo y posee un sin fin de empresas tendría suficientes avales para sospechar de que su “vocación” política está íntimamente ligada a sus cuentas bancarias. ¿Es Berlusconi el rostro de Italia? ¿Representa el culmen de un proceso de degradación social? Y es que lo de Italia no es de ahora. Desde su proceso de unificación la cosa no ha sido para tirar cohetes. Enric González hace algunos interesantísimos comentarios sobre lo que supone también construir un país con un papado medievalizante incrustado en medio. Y no menos interesante es observar esta especie de maldisimulada coyunda entre la Curia Vaticana y el fenómeno Berlusconi. El caso es que, a pesar de lo que piensen muchos italianos, Berlusconi es una infamia para la idea misma de democracia, para la idea de política, de buen gobierno... Afecta a la noción de Europa, por lo menos en su acepción más desesperadamente utópica. Il Cavalleri es un baldón internacional, una calamidad tumefacta. Muchos miramos a Italia acongojados por ese espectáculo y deseando que la sombra de Berlusconi no sea por una vez demasiado alargada.

lunes, 24 de enero de 2011

El Aula (2) La muerte de un profesor

Concluía el post anterior aludiendo al aula como un hábitat emocional donde es difícil mantener el equilibrio. Pues bien, poco después de concluir su redacción me enteré de un hecho lamentable, por decirlo suavemente, que acababa de ocurrir en nuestra maltrecha y sufrida escuela canaria. Un hecho que me hace replantear de qué educación emocional estamos hablando en esta escuela nuestra. En un instituto de Gran Canaria un profesor cayó fulminado por un infarto en la puerta del aula donde iba a impartir clase. Puede imaginarse la conmoción que un hecho de esta naturaleza causa en la comunidad escolar. Durante el tiempo que el cuerpo del docente permaneció en el suelo del pasillo y mientras los compañeros y posteriormente los servicios sanitarios trataban de reanimarlo el director ordenó que el alumnado esperara en los patios. Una vez que el cuerpo fue retirado el equipo directivo y el claustro acordaron solicitar la suspensión de las clases al día siguiente. Ante la sorpresa general la Dirección Territorial denegó el permiso y obligó al centro a continuar con las clases. ¿Como si nada hubiera pasado? La indignación del claustro de profesores fue instantánea. La comunidad educativa no pudo estar en el funeral del profesor en aras de la “normalidad docente”, suponemos. Osea que la normalidad se impone por decreto. El profesor que estuvo intentando reanimar a su compañero tiene, horas después, que impartir su materia a un alumnado que termina asimilando que la muerte del docente que le daba clases el día anterior no tiene mayor importancia. Supongo que la Consejería entenderá que eso es “ser un profesional”. Desde luego que no lo entiende para otras cosas.
Surgen muchas preguntas de un acontecimiento como este. La primera de todas suena a perogrullada: ¿qué ocurre en un aula? O dicho de otra manera ¿qué piensa nuestra inefable Consejería que ocurre en un aula? ¿qué es un docente? ¿qué valor tiene para el proceso educativo la relación que se establece entre un profesor y su alumnado en un aula?... En fin, preguntas retóricas todas ellas.
Lo primero que podemos pensar es sobre la peligrosa deriva de deshumanización a la que estas decisiones nos conducen. Más importante que el cuánto es el cómo. Que un centro docente, una comunidad escolar, acuda como tal al funeral de un profesor fallecido, literalmente, al pie del aula es un gesto de un enorme valor educativo. Es la mejor forma, por otra parte, de encarar un hecho tan traumático. No es la primera vez que esto pasa en un centro, por supuesto, y hasta ahora la buena educación y el sentido común ha sido el criterio dominante. La medida impuesta por la Consejería, este alarmante “cambio de estilo”, degrada, una vez más, la consideración docente, nos acerca a un modelo de la educación fordista, desprestigia al profesor, lo asimila a una pieza de recambio sin valor añadido. Nunca como hasta ahora ha existido un abismo tan grande entre administración educativa y administrados. Esto no hay cuerpo que lo aguante.

sábado, 22 de enero de 2011

El Aula (1) El aula emocional

La Teoría de las inteligencias múltiples es un planteamiento ampliamente aceptado en la comunidad científica. Puede, con todo, que haya una cierta discrepancia a la hora de identificar las distintas variantes de la inteligencia. El psicólogo norteamericano Howard Gardner propuso en 1983 un catálogo que incluía la inteligencia lógico-matemática, emocional, lingüística, musical, espacial, corporal-cinestésica, intrapersonal e interpersonal. Todas se dan en algún o ningún grado en el individuo pero lo que está claro es que la cosa tiene su complejidad. Sin embargo, tengo la impresión de que en el ámbito docente seguimos considerando la inteligencia lógico-matemática como el referente fundamental a la hora de medir las capacidades (o competencias, como se quiera) del alumnado y que el resto son, en todo caso, destrezas subordinadas.
Muchas experiencias docentes en los últimos años, sobre todo aquellas que se insertan en una perspectiva innovadora, están prestando atención al cuidado y potenciación de las distintas formas de la inteligencia. En el mundo en el que nos encontramos, además, se está revelando como esencial el cultivo de la inteligencia emocional. Nuestra sociedad es completamente insana desde esta perspectiva. Vivimos en una montaña rusa que amenaza con lanzarnos despedidos en cualquier momento. Soy de los que cree que gran parte de los problemas que nos encontramos en el aula tiene que ver con déficit importantes de inteligencia emocional. El alumnado (y también el profesorado) tiene serios problemas de autocontrol, perseverancia, automotivación... cosas que se traducen en bajos niveles de concentración y autoestima y, en definitiva, en un funcionamiento defectuoso del aula y del proceso educativo. ¿Cómo se soluciona esto? Seguramente con un completo cambio de perspectiva. No soy yo quien tiene la receta mágica, por supuesto. Bastaría con echarle un vistazo a las publicaciones de Linda Lantieri, experta en aprendizaje social y emocional, o a la amplia bibliografía que se está publicando en este campo. Es bien conocida la ofensiva que Eduardo Punset está llevando a cabo en sus programas y publicaciones apostando por un nuevo enfoque educativo. Lo que está claro es que en lo tiempos que corren los problemas del aula no se solucionan con uno (o infinitos) gritos ni con un ordeno y mando cual coronel de la Guardia Civil. Propiciar un clima de terror no es sino pretender esconder los problemas debajo de la alfombra, lo cual no significa, por supuesto, que prescindamos de la noción de autoridad docente, que sigue siendo importante pero, nos guste o no, está en pleno proceso de redefinición. Resulta muy interesante para ello echarle un vistazo a una de las publicaciones de José Antonio Marina, filósofo de cabecera, al respecto: “La recuperación de la autoridad” (Versátil 2009).
Tengo en la retina, además, algunas de las fascinantes experiencias que José María Toro, maestro de maestros, ha llevado en el aula introduciendo técnicas de meditación o prestando atención a los múltiples aspectos que influyen en ella (gestuales, corporales, emocionales) y en las ideas preconcebidas con las que afrontamos la enseñanza. En todo caso, habría que empezar por reconocer que el aula (y el centro) es un hábitat emocional, una especie de ecosistema, en el que hay que establecer una serie de equilibrios en medio de una permanente cuerda floja.

miércoles, 19 de enero de 2011

El Catalejo (3) Tindaya o la vuelta del faraonismo disparatado

Después de un extraño letargo y en plena crisis económica el Gobierno de Canarias acaba de resucitar el proyecto de Tindaya. Un supuesto proyecto artístico consistente en horadar un cubo de 50 metros de lado en esta emblemática montaña de la isla de Fuerteventura. Esto sería un revulsivo económico y turístico para la isla que quedaría ligado al sueño irrealizado del artista vasco Eduardo Chillida -alegan sus promotores.
Hace unos años tuve el placer de visitar el Chillida-Leku en Hernani, tal y como relaté en un post anterior a propósito del lamentable cierre de este museo. La obra de Chillida no es fácil de digerir pero en su contexto se puede comprobar la envergadura de este artista. Pude apreciar en este recinto el contexto en el que se inserta el proyecto de Tindaya y ciertamente tiene toda una teorización y conceptuación bastante interesante, eso del vacío dentro de la montaña adquiere su significado en el conjunto de la obra del artista vasco.
Ahora bien, una cosa es el planteamiento artístico y otra muy distinta su ejecución. Desde el punto de vista estético el proyecto de Tindaya puede resultar sublime si se quiere. Desde el punto de vista práctico es un grandísimo disparate. Quiero creer, sobre todo porque la figura de Chillida me cae simpática, que el artista vasco y su familia resulta ajena al entramado que ha rodeado Tindaya desde el principio y que seguramente han estados informados solo desde una de las perspectivas.
¿Por qué la ejecución de Tindaya es un disparate? En primer lugar porque nadie le ha preguntado a los majoreros y a los canarios por extensión sobre el hecho, más allá de las consideraciones artísticas, de qué le parece que se agujeree una de las montañas emblemáticas de las islas, en las cuales se encuentran estaciones de petroglifos aborígenes. En segundo lugar porque los presupuestos que se están manejando son desorbitados. Se estima en unos 41 millones de euros lo que se lleva consumido hasta el momento sin que se haya movido una sola piedra y en otros 75 millones lo que supondría su realización. Por no hablar de los oscuros manejos de las concesiones mineras y el baile de millones en indemnizaciones, los típicos e interesados cambios legislativos de última hora (propios de nuestro Parlamento) y los altercados judiciales. Suficiente para que el más despistado de los ciudadanos termine pensando que “algo huele a podrido al sur de Copenhage”. Se alega que gran parte de este dinero vendría de la inversión privada y de la consiguiente concesión para su explotación. A muchos nos resulta poco creíble que alguna empresa en su sano juicio pretenda recuperar esa inversión a base de vender entradas para 'ver el vacío' en el interior de una montaña. En tercer lugar, resulta un disparate porque se contradice con los tiempos de “economía de guerra” con los que el Gobierno de Canarias nos ha vendido los presupuestos generales para este año. No hay manera de conciliar el afán desmantelador de lo público en base a estas supuestas políticas de austeridad con la pasión coalicionera por lo faraónico. El empeño por meter trenes en espacios insulares o vaciar montañas a precios desorbitados resulta de difícil digestión en los tiempos que corren. Espero que se imponga la sensatez y se logre parar el despropósito de Tindaya.

lunes, 17 de enero de 2011

Pasión por la Música (1) El tocadiscos

Cuando tenía catorce años compré una colección de cien vinilos y diez tomos de música clásica. Los vinilos eran del sello DECCA y los libros editados por Planeta. Los primeros estaban primorosamente editados en funda de cartón de color negro en los que destacaba alguna reproducción de arte y los segundos venían con un diseño gráfico muy avanzado para la época. Por entonces tocaba el saxofón en la banda de música de mi pueblo. Lo poco que ganaba en tocatas y procesiones lo destinaba a pagar los plazos de esta adquisición. Cada mes mandaban un paquete con diez discos y un tomo. Tenía el tiempo justo para devorarlos hasta la llegada del siguiente. Este fue el núcleo de mi posterior discoteca -que no es nada del otro mundo, por cierto. Era la época del “equipo de música”. Muchos recordarán aquellas torres que venían con un cacharro para el casette, otro para la radio, el ecualizador (¿se llamaba así?) y encima el tocadiscos propiamente dicho. Al lado dos torres de sonido de cuya altura y volumen muchos presumían. Durante muchos años disfruté de aquel aparato, con su característico zumbido de fondo y los desesperantes rayones de los discos. Coincidió en el tiempo la ruptura de la aguja con la llegada del CD. He de confesar que también yo sucumbí al canto de sirena de la tecnología y el viejo tocadiscos permaneció almacenado durante un tiempo para acabar inevitablemente en el vertedero después (era una época con menos conciencia ecológica). Así que durante bastante tiempo mi colección de vinilos vivió en el más puro y duro ostracismo.
Pero he aquí que mi amigo Baltasar, compadecido sin duda por la aflicción que me acongojaba durante años, decidió regalarme un tocadiscos. Uno de esos integrados, con diseño retro pero con sus virguerías digitales, que han vuelto a popularizarse. ¡Bien por Baltasar! En cuanto el bullicio de Reyes me lo permitió, y del mismo modo que un yonki se avalanza sobre la droga que le falta, pinché algunos de mis vinilos favoritos. El primero de ellos fue una recopilación de melodías de Broadway (con su célebre Moon River, que me persigue últimamente), una Tercera Sinfonía de Beethoven dirigida por Sir Georg Solti (que solía oír a oscuras en mi casa), una Primera Sinfonía de Mahler dirigida por Rafael Kubelik (mi primer contacto con lo que sería luego una larga pasión), un disco de música soviética, una rareza stalinista que compré en Moscú en 1991, y un largo etc. ¡Qué emoción supone volver a oír ese viejo sonido, esa aguja pasando por los micro surcos como un arado romano! La pena es que los pequeños altavoces integrados no tienen la calidad ni la potencia de aquellos antiguos mamotretos, pero el placer de volver a darle vida a la colección de discos bien vale dejarse de estúpidos detalles. Menos mal que mi instinto me dijo que los vinilos ni tocarlos. El eterno retorno hace el resto.

sábado, 15 de enero de 2011

Acción Solidaria (1) Haití como metáfora

Haití es la más descarnada metáfora de lo que nos espera como especie: el desastre. Si no se ha sido capaz de afrontar adecuadamente la tragedia de un pequeño país que hace un año pareció desatar una oleada de solidaridad mundial frente al terrible terremoto que terminó de devastarlo, entonces no queda ya la más mínima posibilidad de que avancemos hacia un mundo menos infame. Se dijo que se iba a levantar un país nuevo, que el terremoto se convertiría en una oportunidad que tendría el efecto de sacar esta medio isla caribeña del lodazal. El guión de lo que ocurrió después es sobradamente conocido. Es el mismo guión que algún cineasta maldito rueda una y otra vez: una mezcla de inoperancia, desidia e hipocresía que termina siempre por imponerse.
Forges lo tenía claro desde el principio: la cosa no iba a durar más que lo que aguantase el efecto mediático. Y en nuestra sociedad global de la información los acontecimientos son, por definición, efímeros. Su admonición diaria, “no olvides Haití”, era, en el fondo, la crónica de una muerte anunciada. La muerte de la esperanza. Vivimos en un mundo mediado por algún tipo de pantalla cuyo efecto inmediato es la anestesia y la indiferencia. Al final, esta y todas las miserias no dejan de ser un capítulo más de un serial interminable.
Jamás un país empobrecido podrá salir del pozo mientras rija este orden mundial. Al contrario, gran parte de la humanidad está condenada a hundirse paulatinamente en el sin fin de problemas que crecen exponencialmente. Y ¿a quién le importa? De nuevo, la “crisis” mundial ha venido a dar la coartada. Que se salve quien pueda, que cada uno cargue con su cruz -sin reparar que para algunos la cruz ha devenido en viga de hormigón. ¿Cómo destinar recursos a un país empobrecido, o a uno como Haití especialmente golpeado por la historia y la tragedia, cuando en los países enriquecidos aumentan las bolsas de pobreza? Si antes, en la época de las vacas gordas no se hacía, ahora parece hasta ridículo planteárselo -dicen muchos. Lo cierto es que al final el resultado es siempre el mismo. No hay esperanza, no hay oportunidades, no hay justicia para quien nada tiene. La humanidad no tiene futuro si se deja en las estacada sistemáticamente a todos los 'Haití' del mundo.

jueves, 13 de enero de 2011

El Impertinente (1) Narciso en la peluquería

Acudo últimamente a una peluquería masculina en la que me han encontrado la manera de disimular mi alopecia incipiente. De toda la vida, las barberías (término claramente en desuso) fueron los mentideros sociales, el lugar donde se le tomaba el pulso a la vida del pueblo. En esto no han cambiado demasiado aunque hoy se les denomine “centros de belleza”, “peluquerías unisex” o “asesorías de imagen”. Siguen siendo, con todo, el lugar idóneo para testar tendencias y pulsar el estado de idiotización colectiva. Una de las cosas que llama la atención es la creciente importancia que la población masculina otorga a su apariencia física. Esto no tendría nada de malo si no fuera porque, al final, es lo único a lo que se le otorga importancia. Tengo que disimular la sonrisa cuando observo al personal escudriñando hasta el último de sus pelos en el espejo, repasando una y mil veces la longitud del tupé (seguro que tampoco se dice así), dando indicaciones milimétricas al peluquero de cómo quiere el corte de las patillas o comentando que ya va siendo hora de hacerse la depilación completa (máxima preocupación que suele ocupar su sesera). Antes, lo recuerdo de pequeñito, en las barberías se hablaba de fútbol pero también de política. Ahora.... bueno, ya saben. Narciso solo tiene tiempo para su aspecto. Curiosamente, no valora que una parte importante de su aspecto, entendido como la primera impresión que se lleva el otro de uno mismo, es el lenguaje. O sí. Ahora que lo pienso reducir el número de palabras disponibles al mínimo y utilizar una expresión entrecortada y zafia está en consonancia con la imagen que se busca con tanta dedicación.
El caso es que este comportamiento puede observarse a edades cada vez más tempranas. No entiendo el gusto de algunos padres por querer convertir a sus hijos en adultos tempranos, en disfrazarlos de adolescentes antes de tiempo, de exhibirlos como si la vida fuera una enorme e interminable pasarela. Al final estamos “robando la infancia” por un lado y prolongando la adolescencia ad infinitum por el otro. La obsesión por la imagen se ha convertido en una enfermedad. No nos permitimos un renuncio y no se lo permitimos a los demás. Detrás de esto hay, como no podía ser de otra manera, una enorme manipulación. Se trata de convertir a los niños en potenciales consumidores casi desde que les salen los dientes de leche. Personas que desde que empiezan a ir al colegio ya entienden de marcas, son del Madrid o del Barsa con el mismo apasionamiento de un adulto, exigen aparatos tecnológicos y todo tipo de artilugios para estar “entretenidos” a cambio de que los padres puedan respirar un rato (hay que ver con qué rapidez aprenden las técnicas básicas del chantaje). Los expertos en marketing saben que los jóvenes tienen hoy una capacidad de compra enorme, que siguen las tendencias con total disciplina, que condicionan las decisiones del resto de la familia. Con los años se vuelven esclavos del consumo, desarrollan egos hipertrofiados, manifiestan una baja tolerancia a la frustración y viven por y para reventar las puertas de su armario a base de llenarla de ropa hasta los topes. Narciso está acostumbrado a que sus padres aflojen de la cartera: carné de conducir a los dieciocho años recién cumpliditos, coche para salir con la novia (y no cualquier coche, cuidado), móvil de ultimísima generación, dinero para ropa según los cánones y para tenis de setenta euros por lucir una ridícula marca en el lateral, etc. A nuestro amigo cosas como el esfuerzo, la política, la educación o el medioambiente (por poner solo unos ejemplos manidos) le suenan a chino mandarín. La vida es como a él le apetece no como es. El mundo es un enorme parque de atracciones, un polideportivo donde echar un partidito de fútbol, un banco en la plaza donde reunirse con los colegas. Queda por ver cómo reacciona Narciso ante esta época de crisis y de estrangulación del crédito ilimitado.
Hay que admitir, de todos modos, que esta conducta ha sido siempre una constante a lo largo de la historia. Los jóvenes, impulsados por su torbellino hormonal, pasan indefectiblemente por lo que antes se llamaba la “edad del pavo”. Es, incluso, una etapa necesaria donde se afianza la personalidad y se empieza a ocupar un lugar en el entramado social. El problema es que actualmente esta fase empieza antes y no parece terminar nunca, como dijimos más arriba (de hecho las consultas de los psicólogos están llenas hoy en día de personas aquejadas de 'Síndromes de Peter Pan', los eternos adolescentes). El elemento preocupante es que esta etapa de la vida ha quedado reducida a una compulsión consumista, un proceso de descerebración alarmante, una vacuidad insolente, un ejercicio de puro narcisismo en consonancia con el decorado social que nos rodea. Una pena.

martes, 11 de enero de 2011

El Catalejo (2) Las recetas del Tea Party

La humanidad, aparte de desmemoriada, camina como los cangrejos. Siglos de constatar los peligros del fanatismo, del integrismo de todo signo, de creer que la verdad es algo que se posee en propiedad no han servido para que aprendamos algo. El reciente ataque de un fanático adlater del tenebroso universo del Tea Party contra la congresista demócrata Gabrielle Giffords, que dejó un reguero de muertos y heridos, es la más salvaje expresión de la barbarie cerril que parece abrirse camino. Puede que la historia sea cíclica y estemos viviendo de nuevo ese auge del fascismo que siguió a la Gran Depresión de 1929. Parece que la combinación fatal entre el nacionalismo ultramontano y el ultraliberalismo económico resulta atrayente para las masas descontentas. Supongo que la mezcla de recetas fáciles, promesas de enriquecimiento rápido, la técnica del chivo expiatorio, la demonización del otro, el liderazgo mesiánico, las banderas al viento, etc tienen la capacidad de captar una clientela con un alto grado de fidelidad. Una receta más que contrastada y acreditada en su instantánea digestión.
El presunto autor de la masacre, Jared Lee Loughner, es otro de los rostros desafiantes de esa ultraderecha norteamericana que se ve a sí mismo como el pueblo elegido por Dios, depositarios de valores superiores y eternos que se sienten siempre amenazados por un contubernio poblado de comunistas, negros, hispanos, musulmanes, hippies y todo aquel que, como decía Chalston Heston, no esté dispuesto a morir con un arma en la mano por la bendita supremacía WASP (White Anglo-Saxon Protestan).
La llegada de Obama a la presidencia, un presidente más que tibio pero peligroso a ojos de esta grey por proponer algo tan antiamericano como la salud universal, ser negro y llamarse también Hussein, ha desatado las neuras de los amantes del té en bolsitas de pólvora. El peligro es que estas cosas se contagien al resto del planeta. Que nuestros propios loquetas se apunten al tiro rápido, a la caza del rojo, del discrepante. Que se extienda una fraternidad universal de salvapatrias que al grito de “Dios lo quiere” destape una nueva era de progromos. Parece política ficción pero de nuevo un vistazo a la historia más reciente basta para que se nos desaten todas las alarmas. Los Estados Armados de América, para bien o para mal, siguen marcando tendencia, perseguidos a corta distancia por el nuevo modelo asiático (a cual peor). Su poderosa industria mediática y cultural tiene una capacidad de penetración inigualable. Puede que todavía a muchos ciudadanos civilizados las puestas en escenas de la derecha norteamericana nos sigan dando bastante grima pero ¿quién sabe? ¿veremos más pronto que tarde a algún Loughner entre nosotros? ¿tendremos alguna Sarah Palin en ciernes como anticipo de lo que nos espera?

sábado, 8 de enero de 2011

Filosofía de la Mañana (1) Matthieu Ricard y la Felicidad

Cada vez estoy más convencido de que hay que tomarse el budismo muy en serio. Reconozco que siempre he tenido problemas para asimilar determinados conceptos y terminología orientales. Quizás, mi modesta formación en Filosofía Occidental constituya una barrera o puede que esté demasiado lleno de prejuicios, no lo sé. Pero lo cierto es que en estos días ha venido a sumarse dos circunstancias que me han hecho reflexionar seriamente sobre este tema. El primero es la lectura del libro de Matthieu Ricard “En defensa de la Felicidad” (Urano 2005) y el segundo el visionado, casualmente, del capítulo nº 60 de Redes para la Ciencia, el fabuloso programa dirigido por Eduard Punset, “La ciencia de la compasión”, en el que interviene el citado Ricard. Este hombre es un personaje ciertamente interesante. Es un biólogo celular de prestigio y al mismo tiempo un consumado budista que reside desde hace más de treinta años en un monasterio en el Himalaya. Uno de estos individuos a caballo entre culturas que resultan por ello especialmente enriquecedores. Ricard saltó a la fama hace unos meses al ser proclamado “el hombre más feliz de la tierra”. Este pomposo y hasta ridículo título se lo otorgaron unos investigadores que lo sometieron a una serie de pruebas neuronales que tenían como fin evaluar los beneficios de la meditación en la actividad mental. Por lo visto Ricard es el campeón de la ataraxia. Qué envidia.
Al igual que el viejo Aristóteles, Ricard sitúa la Felicidad en el centro de la vida humana. Es un fin en sí mismo. Y como los grandes maestros no convierte el asunto en un estúpido recetario (“haga esto o lo otro”), al estilo de los panfletos de autoayuda. Lo más próximo a una definición nos la encontramos en la página 19. “Entenderé aquí por Felicidad un estado adquirido de plenitud subyacente en cada instante de la existencia y que perdura a lo largo de las vicisitudes que la jalonan”. La Felicidad es una forma de ser y de existir. Por supuesto es un proceso al que se llega después de un largo trayecto de control emocional, de contemplación, de acercamiento al otro (de ahí el término “compasión” al que está dedicado el programa -que chirría desde una perspectiva nietzscheana, hay que admitirlo). Ricard defiende que la puerta a la Felicidad está en el altruismo, en la búsqueda de una 'bondad esencial' (“no se puede ser realmente feliz desentendiéndose de la felicidad de los demás”) lo cual da lugar a un interesantísimo debate ético.
Estos postulados, aunque no demasiado originales, se me antojan 'revolucionarios' en los tiempos que corren. Frente al egoísmo ultraliberal, el “sálvese quien pueda”, el consumismo compulsivo y un largo etcétera de postulados alienantes esta Filosofía suena liberadora. Vivimos una pseudoexistencia que nos hace, en el fondo, tremendamente infelices, que nos instala de manera crónica en el estadio del sufrimiento. El camino que propone Ricard no es otro que el de la alegría, “la lucidez, la bondad, el debilitamiento gradual de las emociones negativas y el cese de los caprichos del ego”. Como mínimo es para pararse y pensar ¿no creen?
PD: si quieren echarle un vistazo (muy recomendable) al programa de Redes:
http://www.redesparalaciencia.com/programa-redes

jueves, 6 de enero de 2011

El Cazador de Libros (2) Libros de Reyes

Mi viejo amigo Baltasar me conoce de sobra y sabe que (más allá de los tópicos) los libros siguen siendo el mejor regalo. Recluido voluntariamente en mi pequeña nube volandera prefiero no darme por enterado del más que probable aumento de los e-books y demás zarandajas electrónicas. Prefiero ignorar el también más que probable descenso de ventas de libros impresos marginados por la ola de banalidad que nos inunda.
Al grano. Estoy muy satisfecho con el plantel de libros que me han llegado de Oriente. Para empezar tenemos la última novela de Umberto Eco, “El cementerio de Praga” (Lumen 2010). Ha sido este un libro polémico desde su aparición por la condición de antisemita del protagonista. Seguramente hay quien no sabe distinguir aún entre lo ficticio y lo real, achacándole nada menos que a un intelectual de la talla de Umberto Eco una postura ambigua respecto a este tema. Hace dos años visité el cementerio judío de Praga y me resultó una grata coincidencia que la última novela del autor de “El nombre de la rosa” lo haya, en parte, ambientado en este lugar. Espero que no me pase, de todos modos, lo mismo que con “El péndulo de Foucault”, una novela que abandoné en las primeras cien páginas apabullado por tanto ejercicio de erudicción. También en el capítulo de novelas incorporamos a la familia a “Historias de Roma” de Enric González, corresponsal de “El País” (RBA 2010) y “Las muertas” de Jorge Ibargüengoitia (RBA 2009), un libro que me permitirá devolverle un ejemplar a una compañera que me lo recomendó encarecidamente. En el ensayo me dejaron, como era previsible, el último de S. Hawking, “El gran diseño” (Crítica 2010), con lo que seguiremos ahondando modestamente en el apasionante mundo de la cosmología. Cambiando radicalmente de temática tuve la sorpresa de recibir “La tragedia del Congo” de G. Williams, R. Casement, A. C. Doyle y Mark Twain (Ediciones del Viento 2010), el libro que reúne los informes y documentos que sirvieron de documentación a Vargas Llosa para escribir “El sueño del celta”. Y, por último, en la categoría de Libro-Disco me emocionó abrir el paquete que contenía el material que Joan Manuel Serrat dedicó al poeta Miguel Hernández. Espero que este comienzo del 2011 haya sido venturoso en la provisión de libros (aquello que queda mientras nosotros envejecemos).

martes, 4 de enero de 2011

El Catalejo (1) Nacidos para consumir

En los años veinte el filósofo Walter Benjamin paseaba con una mezcla de asombro y preocupación por las recién inauguradas galerías comerciales Vittorio Emmanuele de Milán. Lo que más le llamó la atención era la sustitución o reproducción que la galería hacía de lo que se suponía que era una calle. Benjamin temía que el mundo del futuro no fuera sino un simulacro organizado en función de los intereses comerciales de las empresas dominantes. Y no le faltó razón. Hoy vemos en todo su esplendor cómo los grandes centros comerciales imitan sin rubor lo que antes podía ser una calle o una plaza mayor. La vida social transcurre ya en un centro comercial. El comercio local no tiene nada que hacer (pobrecillos, con lo que se desvelan por ellos), todo lo más orientarse hacia la venta de algunos productos de primera necesidad. Es muy posible que la batalla esté perdida y que, por mucha crisis de las narices, el mundo de pasado mañana sea un gran centro comercial en el que terminaremos por dormir en cápsulas, como hacen algunos japoneses que no quieren demorarse a la hora de llegar al trabajo.
Ese centro comercial en el que se constituirá la “aldea global” tendrá lógicamente sus clases sociales. De hecho, en este mundo nuestro el valor de cada uno está en relación a su capacidad de compra. Los excluidos seguirán siendo quienes no tengan un céntimo con el que alimentar al monstruo, en eso no habremos cambiado nada. Pero, a diferencia del siglo XIX, hoy se dispone de una enorme maquinaria de distracción y embobecimiento que evitará el riesgo de estallidos sociales y el peligro de que el personal se pare ¡y piense! El fútbol, la televisión, la proliferación de pantallas digitales que perseveran en esa sustitución de lo real por lo virtual, serán el gran colchón que apagará cualquier conato de descontento. China nos abastecerá de baratijas con las que satisfacer la economía doméstica más precaria. Los políticos seguirán prometiéndonos una mayor igualdad en las condiciones de acceso al consumo para acto seguido caer en el inevitable rosario de justificaciones en base a la situación de la economía internacional o la tranquilidad de los mercados. Después de los Reyes Magos vendrán las rebajas de invierno (casi solapándose para que el ánimo no decaiga), luego San Valentín, después la colecciones de temporadas, luego nuevas rebajas, después, casi sin salir del verano a comprar de nuevos los reyes (porque así es más barato). En medio, cumpleaños, santorales, bodas, bautizos, aniversarios... No somos “na”.

sábado, 1 de enero de 2011

El cazador del libros (1) El sueño del celta

Terminé el 2010 hablando de libros en “La inocencia del devenir” y qué mejor manera de empezar el 2011 que volviendo a reincidir en el delito. Acabo de terminar la lectura de “El sueño del celta” (Alfaguara 2010), la última obra del 'nobelizado' Mario Vargas Llosa. Está de moda sumarse al coro de halagos al escritor peruano. Pero, ¿qué quieren que les diga? Estamos ante un libro y ante un autor de calidad extra-superior. Con “El sueño del Celta” Vargas Llosa añade otro título de referencia a su ya dilatada trayectoria. De todos modos, tengo que hacer un pequeño preámbulo con este autor. Después de haber leído, hace ya bastante tiempo, “Los jefes”, “Los cachorros” y “La ciudad y los perros” también fui de los que en su día vivió como una cosa escandalosa el paulatino giro de Vargas Llosa desde posiciones progresistas a liberales y, finalmente, su campaña electoral por la presidencia del Perú, en 1990 (que perdería a manos de Fujimori). Esto hizo que decaiera mi interés por su producción literaria. Afortunadamente, el tiempo me ha hecho menos sectario. Aunque todavía soy un tipo de principios [aún no he llegado al nivel de Groucho Marx- quien decía aquello de “si no le gustan mis principios, tengo otros” -pero todo se andará] soy capaz de reconocer que se puede ser un tipo liberal y un pedazo de escritor al mismo tiempo. Terminé de entender esto cuando leí “La fiesta del Chivo”. Este libro supuso una nueva revelación, un reencuentro afortunado con este escritor. Vargas Llosa tiene una especial facilidad para retratar a personajes inmensos y una acusada sensibilidad contra los totalitarismo (cualidad, esta última, con la que simpatizo especialmente). ¿Se imaginan que el criterio de calidad o de excelencia literaria fuera la comunión con los propios principios ideológicos?
“El sueño del celta” cuenta la historia real de un personaje excepcional, Rogert Casement. Este fue un diplomático británico, aunque irlandés de nacimiento, que, a principios del siglo XX, viajó en misión diplomática al Congo Belga y entró en contacto con los horrores de la colonización. Es sabido que la experiencia colonial de Bélgica fue especialmente sanguinaria y aniquiladora. El informe que Casement presentó en Londres además de crear un enorme revuelo diplomático le convirtió en un temprano campeón de los derechos humanos. Esa misma actitud la mantuvo en su segunda misión diplomática en el Amazonas peruano. El caso es que, paralelamente, Casement experimentó una progresiva toma de conciencia del carácter igualmente injusto del Imperio Británico y se acercó al nacionalismo irlandés. Sus actividades en este terreno en el momento en que estalla la I Guerra Mundial le llevaron a ser acusado de alta traición y finalmente condenado. La publicación en aquel tiempo de sus diarios, donde se manifestaba en toda su intensidad el hombre de carne y hueso que las protagonizaba, ajeno a la moral victoriana de la época, contribuyó a su condena pública.
La novela se mueve en dos planos. Uno, en el que desarrolla todas estas peripecias y otro en el que Casement se encuentra, al final de sus días, en la prisión donde aguarda, en vano, la llegada de un indulto. En el relato de la angustiosa espera en aquella especie de “corredor de la muerte” Vargas Llosa alcanza una intensidad emocional desbordante. Roger Casement es un personaje de una enorme envergadura, un personaje trágico, lleno de de luces y de sombras. Indudablemente nuestro reciente premio nobel se inspira en la novela de Joseph Conrad, “En el corazón de las tinieblas”, coetáneo de Casaement y que, paradójicamente, no movió un dedo al final por promover su indulto.
Lamento ahora ese lapsus de diez años en los que los prejuicios me impidieron seguir ahondando en la obra de Vargas Llosa. Me he propuesto recuperar el tiempo perdido.