lunes, 30 de mayo de 2011

El Cazador de Libros (12) Nuevas andanzas en la Feria

Esta vez iba bien pertrechado. Acudí a la XXIII Feria del Libro de Santa Cruz de Tenerife con una mochila repleta de libros con la intención de intercambiarlos en la caseta que a tal efecto (no sé si gracias al ayuntamiento, la biblioteca municipal o la asociación de libreros) se instalaba cada año. Después de que un año tras otro me quedara con un palmo de narices al acudir sin un misero folleto estaba decido a no dejar pasar esta ocasión. Sin embargo, después de recorrer la Feria de arriba a abajo, tuve que rendirme a la evidencia de que este año alguien había decidido que la caseta en cuestión pasara al baúl de los recuerdos. ¡No se imaginan lo que pesaba la dichosa mochila!
Con todo, la única sorpresa positiva que encontré fue la caseta de una parroquia que vendía libros por la voluntad con fines benéficos. Les relato los ejemplares que conseguí ¡por 15€!
Amos Oz. Una historia de amor y oscuridad (Círculo de Lectores, 2006)
José Luis Correa. La hija del naúfrago (ACEB, 2003)
José Mª Ridao. Weimar entre nosotros. (Galaxia Gütenberg, 2004)
Gustav Meyrink. El Golem. (Tusquet, 1972)
Michel Houellebecq. Plataforma. (Anagrama 2010).
Carmen Martín Gaite. Caperucita en Manhattan. (Siruela, 1998)
Además, opté por regalarle a esta caseta los libros que llevaba con el fin de aligerar la mochila y de paso colaborar con la cosa solidaria. Del resto de la Feria destacaré la perteneciente a la Librería de Mujeres de Santa Cruz, en la que compré el libro de Clara Campoamor, El voto femenino y yo (Horas y Horas 2006). En una librería especializada en facsímil, con una pequeña sección de viejo, compré una guía de viajes de la provincia de Tenerife, escrita por Alfredo Reyes en 1968 y publicada por Destino. Un libraco muy interesante y del que curiosamente un amigo consiguió un ejemplar en, creo recordar, Madrid hace unos años por 50 €. Pues bien, este ejemplar me costó 20 €. Toda una ganga para un libro propio de coleccionista (perdonen la inmodestia). Por último adquirí un ejemplar del recientemente fallecido Ezequiel Pérez Plasencia, Decena de un cronopio (Benchomo, 2000). Intentaré de esta manera enmendar el baldón de no haber leído nada de este escritor canario. El año que viene no me pierdo la de Madrid (¡a los dioses pongo por testigo!).

PD: hay que lamentar la muerte estos días de una escritora excepcional, Mª Rosa Alonso. Una mujer avanzada a su tiempo, con una personalidad inolvidable y una obra escrita que dignifica las Letras Canarias.

viernes, 27 de mayo de 2011

El Catalejo (17) La democracia y el camión de la basura

El desalojo de la Plaza de Cataluña, tal y como se ha planteado, constituye una de las metáforas más vergonzosas que nos han soltado últimamente. Se desaloja a los integrantes de los movimientos agrupados en torno a Democracia Real Ya pretextando una operación de limpieza y salubridad. Es decir, se trata de equiparar en el inconsciente del ciudadano medio, del consumidor habitual, del votante potencial, la noción de acampado / reivindicativo con algo sucio e infeccioso. Así que, de alguna manera, ponerse a pedir más democracia y otras cosas subversivas es una forma de oler mal y terminar rodeado de basura. Nada que ver con el aseado y aséptico ciudadano que no se mete en nada, vota cada cuatro años a los partidos / empresa de rigor y desata sus pasiones solo cuando gana el equipo de fútbol de sus amores. Una persona de bien, que envía a sus hijos a un colegio concertado, paga su adosado religiosamente y da lustre a su todoterreno para ir a pasear los domingos al centro comercial no acampa en una plaza pública para pedir cosas raras e incomprensibles, más propias de peludos e individuos de mal vivir. Así que es normal que detrás de la policía y sus porras de juguete aparezcan los camiones de la basura. Lógico ¿no? Además, después del tsunami azul electoral está claro de quién es la calle. Si a Fraga le quedara un hilito de voz ininteligible volvería a gritar más alborozado que nunca “¡la calle es mía!”.
Decía Weber que el Estado es una forma de monopolizar y legitimar dentro de un territorio la violencia física a través de los instrumentos coercitivos adecuados. Esto, que podría interpretarse como una conquista civilizatoria, frente a un Estado de Naturaleza o una anarquía en plan vendetta, cobra una dimensión un tanto siniestra cuando vemos una y otra vez las imágenes de la intervención policial en Cataluña. Al final, la política de la porra, por mucho que sea ordenada por alguien investido de la legitimidad que proporcionan las urnas, se convierte en un (vamos a ser comedidos) despropósito lamentable. En un acto que, en realidad, pone de manifiesto que el decálogo de reivindicaciones de los manifestantes del 15 de mayo es más urgente que nunca. Al político encorbatado de turno habrá que recordarle que la democracia real surge también del ágora que en nuestros días se da cita en las plazas de muchas ciudades. Y que ésta no es menos legítima que la electocracia a la que quieren reducirla.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Filosofía de la Mañana (7) Marina y las emociones

Hay filósofos que si cobraran entrada, como sofistas de nuestro tiempo, pagaría encantado por oírlos. Uno de ellos es José Antonio Marina, auténtico filósofo de cabecera de muchísima gente.
Tuve la oportunidad de asistir hace unos días a la conferencia impartida por este prolífico filósofo, en el marco de las XIV Jornadas del CEP Valle de La Orotava, bajo el sugestivo título “El aprendizaje emocional de una mente que aprende”. La cuestión de las emociones en el proceso educativo es también un lugar común, afortunado por cierto, en cualquier discurso sobre la noble y pesarosa tarea de enseñar. Es bien sabido que Marina lleva emprendiendo una “cruzada” por la dignificación y por, lo que podríamos llamar, un “pacto social” por la educación en la que sobresale su “Universidad de padres”.
Para aprender y enseñar hacen falta las emociones. Debido a nuestra tradición cultural (nefasta herencias de los griegos, por cierto) las emociones han sido consideradas como algo que hay que soslayar, una manifestación propia de individuos poco educados y cultivados. A base de toparnos con ellas, hemos reconocido que semejante planteamiento es como luchar contra molinos de viento. Las emociones están ahí y son tan consustanciales al ser humano como lo poco que nos quede de racionalidad. Por tanto lo que hay que hacer es educarlas. Del mismo modo que necesitamos las emociones para el aprendizaje también las emociones son susceptibles de ser aprendidas. Este es el planteamiento de partida de Marina y aunque no es original (ni tiene porqué serlo) sí es una declaración de principios necesaria. La experiencia afectiva es el núcleo fundamental de la educación y la motivación. Esto es algo que escrito negro sobre blanco parece una obviedad. Pero algo me dice (algunos añitos de práctica profesional, quizás) que en la práctica esto es aún una cosa desconocida para más de un docente. Hay que atender a lo emocional como una cuestión de mera supervivencia. Sin una adecuada disposición emocional el aprendizaje es casi imposible. Y más en este mundo complejo en el que nos movemos, cambiante, competitivo, desarbolante... Es necesario despertar el deseo de aprender y de convivir adecuadamente en los niños. Un deseo que debe estar unido a la sensación de tener experiencias gratificantes, encontrarse cómodo en el proceso educativo y sentirse valioso. Tarea, en realidad, propia de titanes, sobre todo si se aborda desde la soledad del maestro en el aula, pero imprescindible. Mientras se hace realidad (¡uy, los deseos!) aquello de que “para educar a un niño hace falta la tribu entera” habrá que ir creando pequeños espacios de avanzadilla. [Adjunto foto chulesca].

lunes, 23 de mayo de 2011

El Catalejo (16) La berlusconización que se nos avecina

Una de las muchas lecturas que se puede hacer de las recientes elecciones, y para el que suscribe quizás la más preocupante, es la progresiva berlusconización del país. Resulta cuanto menos asombroso que se refrenden con un importante número de votos actitudes y proyectos políticos de dudosa solvencia ética. El voto es soberano, vale, pero la ética a veces va por otro camino. Da mucho que pensar que numerosos ciudadanos consideren que un político imputado que concurre a las urnas es casi un mérito. Que proyectos políticos personalistas o basado en intereses espurios son de interés general. Que recursos peligrosísimos y populistas como el rechazo al extranjero no es sino un acto de valentía política plausible. A este paso solo falta que nos aparezca un Belusconi por estos lares. Las condiciones están creadas. Uno tiene que aceptar que el personal vote por la derecha si piensa que esta tiene las recetas para la multitud de problemas que nos acucian, faltaría más. Otra cosa es que la democracia termine convirtiéndose en la marmita que “legitime” el lodazal que se nos está viniendo encima. Para ello basta con convertir lo político en un circo mediático, al estilo Berlusconi, precisamente, y convencer a la legión de desesperados y postulantes que al final hay tajada para todos. Esta es otra consecuencia perversa más de la sociedad del espectáculo y del entretenimiento de masas. Por eso mismo la reacción ciudadana del movimiento Democracia Real Ya termina convirtiéndose en un oasis en medio de esta desertificación creciente. Cuando se toman las plazas es porque otras vías de acción política han quedado cerradas o desacreditadas. Y es que los indignados de este país se han convertido en la última barrera contra el tsunami de berlusconización que se nos avecina. Detrás de estas componendas se esconde una operación de desarticulación social y devaluación de la democracia de gran alcance. Ocurre, sin embargo, que la gente, por aquello de la época postideológica que nos ha tocado vivir, necesita comprobar en sus propias carnes el efecto de las políticas y de las actitudes que ellos mismos refrendan. Pues que así sea. Espero que después de que se empiecen a notar los efectos no nos dejen el suelo social arruinado (no sé porqué me viene una y otra vez el recuerdo de Thatcher a la cabeza). Aunque resulte un poco pedante no queda más remedio que seguir insistiendo en la pedagogía política y social. Qué otra queda.

viernes, 20 de mayo de 2011

El Aula (11) Juventud sin Futuro en la Escuela

Muchas veces pienso que esto de ser profesor de Ética Cívica o Filosofía y Ciudadanía es un verdadero lujo. Sobre todo porque uno tiene la obligación (o al menos una obligación autoimpuesta) de estar al quite de lo que pasa y transmitirlo en el aula. Estas jornadas históricas que estamos viviendo, en las que una parte importante y significativa de la ciudadanía ha dicho “¡ya está bien!”, son una magnífica oportunidad para abordar en clase aspectos tan importantes como la participación ciudadana, la calidad democrática o las diferentes formas de entender lo público. En estos tiempos donde la gente, sobre todo la gente joven, vive una profunda desafección hacia la política, ponerles en contacto con un mundo de análisis y reivindicaciones pudiera parecer un ejercicio de utopismo inútil. Sin embargo, cuando se consigue aterrizar en aquellos aspectos que influyen en la vida diaria, en las expectativas a medio y largo plazo, etc la cosa empieza a cambiar. El lema de Juventud sin Futuro, “Sin casa, sin curro, sin pensión, sin miedo”, es tanto un ejercicio descriptivo cuanto una proclama ética y política. Como a los profesores, desde hace tiempo inmemorial, sobre todo a los del área de humanidades, nos piden que eduquemos desde una perspectiva crítica pues ¡ahí va eso! Hacía tiempo que no veía un análisis tan preclaro (y crítico) de nuestra sociedad esclerotizada. El manifiesto que acaba de publicar tanto el citado grupo como Democracia Real Ya son un inmejorable texto de trabajo para cualquier clase de ciudadanía. Es inevitable que en este punto me acuerde de quienes temblaban (y tiemblen aún) con la sola idea de que se pueda aprovechar estos espacios para algo más que aprenderse de memoria los artículos de la Constitución Española con el fin de regurgitarlos en el correspondiente examen . Y es que atreverse a pensar, analizar y cuestionar puede tener efectos imprevisibles. Puede que a más de uno le dé por acampar en una plaza y ponerse a pedir cosas tan extrañas como más democracia y más justicia social. ¡Qué cosas! [Ya sabemos que hay quienes quieren imponer la idea de que el concepto de democracia no va más allá de depositar el voto en una urna cada cuatro años]. Debe ser que está a punto de acabarse la liga de fútbol y se abre una ventanita de reflexión entre tanta estupidez. Los cuarentones, y ya no digamos los cincuentones y posteriores, estamos acostumbrados a contar batallitas de aquella arcadia feliz de nuestra juventud teñida de hazañas políticas y sociales. Nos lamentamos de que la juventud de este tiempo haya perdido el impulso reivindicativo y crítico. ¿Tendremos que empezar a cambiar de chip a partir de ahora? Debo dejarlo aquí porque tengo que salir corriendo a una sentada frente al Parlamento de Canarias. ¡Salud, compañeros!

miércoles, 18 de mayo de 2011

El Catalejo (15) Antisistema

Hasta hace poco el antisistema era sinónimo de vándalo, ácrata violento o paria. Pero a la luz de los derroteros que están tomando las cosas ser un antisistema se está volviendo casi un imperativo ético. Era verdaderamente incomprensible que con casi cinco millones de parados, políticas ultraliberales que cargan las tintas en los más desfavorecidos, el comportamiento escandaloso de las élites políticas y económicas que controlan el cotarro, siguiésemos instalados en estos mundos de Yupi. Parece que el enorme aparato de distracción basado en dosis ingentes de fútbol y entretenimiento alienante empieza a hacer aguas. No ha conseguido evitar que una parte de la ciudadanía se salga del guión establecido y manifestara su hastío en las manifestaciones del pasado domingo 15 de mayo convocados por la Plataforma Democracia Real Ya. Primera conclusión de todo esto: ¡no estamos muertos! (al menos no todos). Segunda conclusión: ¡algo empieza a moverse al sur de Copenhaguen! Tercera conclusión: ¡algunos empiezan a ponerse nerviosos!
Después de que los árabes se lanzaran a la calle con la intención de reclamar más democracia y barrer a sus regímenes corruptos y autocráticos en Europa nos hemos dado cuenta de que lo nuestro es para echarse a llorar. Hemos llegado a la conclusión de que la distancia entre la democracia formal y la real es cada vez mayor, de que esta progresiva pérdida de derechos adquiridos y conquistados amenaza con hacernos retroceder muchas décadas atrás, de que esta enorme estafa que es la crisis se está revelando como la escusa perfecta para desmontar el Estado del Bienestar.
Bastaba quizás que alguien prendiera la mecha. Algo de culpa en esto (sin ánimo de simplificar) debe tener Stephen Hessel y nuestro José Luis Sampedro. Tengo la sensación de que muchos han recogido el guante y dicen “¡estamos indignados y dispuestos a luchar por lo que nos han arrebatado!”. Asistiremos a partir de ahora a una reacción por parte del sistema y sus medios ingentes con el objetivo de acallar, desvirtuar y laminar este movimiento democrático. Los incontables pro-sistemas, los que participan de todo este entramado, los que tienen algún privilegio que preservar o simplemente actúan por miedo, iniciarán las maniobras de descrédito oportunas. En la medida en que la ciudadanía se convenza de que este sistema hace aguas, que se encuentra gravemente enfermo y que es radicalmente injusto, podremos avanzar en democracia. Y avanzar en democracia significa hacerlo en justicia social, inevitablemente. Por eso muchos miran con recelo este movimiento social, no sea que a la gente le dé por pedir lo que le corresponde.

lunes, 16 de mayo de 2011

El Aula (10) José María Toro

José María Toro es una persona satisfecha y agradecida. Se le nota a los cinco minutos de entablar una conversación con él. Es una de esos raros individuos que tienen la ¿suerte? de hacer lo que están “llamados” a hacer. En su caso José María hace unos años que decidió embarcarse en un aula más grande: la que constituye el sumatorio de todas aquellas donde habita un alumno y un maestro. Una tarea ingente que solo alguien con el talante y el nivel de compromiso de José María puede llevar a cabo.
Conocí al sevillano José Mª Toro Alé hace unos cinco años, en el marco de la primera Jornadas Maestropasión en La Laguna. Como a tantos compañeros que han tenido la suerte de oírlo quedé prendado de su discurso casi al instante. Había en él un impulso de reconciliación con la misión del docente, de reconstrucción de la figura del maestro como eje cardinal sobre el que pivota todo el maravilloso proceso educativo (cosa que no viene mal que nos la recuerden de vez en cuando). Por aquel entonces trabajaba yo de coordinador en la Consejería de Educación del Gobierno de Canarias, en una etapa en la que creíamos estar aportando algo, y no desaproveché ninguna oportunidad de recomendar a los compañeros de otros programas y centros del profesorado para que contasen con José María a la primera de cambio. Lo cierto es que, por otra parte, el boca a boca hacía lo suyo y José María se fue convirtiendo en un habitual en Tenerife por méritos propios. La semana pasada, en el marco de las XIV Jornadas del CEP Valle de la Orotava (jornadas extraordinarias, por cierto) tuve otra sesión de reconstrucción en la que siempre es grato comprobar cómo compañeros recién incorporados a este discurso entran en general en un estado de perturbación que anuncia la necesidad de seguir profundizando en su propio hacer y sentir como maestros.
José Mª se ha ocupado de sistematizar su filosofía educativa y de publicarla. Quizás la obra clave de su planteamiento educativo sea “Educar con Co-razón” (Desclée de Brouwer 2005). Aquí teoriza sobre lo emocional desde lo emocional. Aunque José Mª no es muy dado a la intelectualización de las emociones en “Educar con Co-razón” encontramos la hoja de ruta del viaje personal del autor hacia el mundo de la educación re-humanizada. Un mundo que se ha propuesto compartir con quienes viven la docencia como algo más que la triste ocupación que le permite ganarse el sustento. Para empatizar con los planteamientos de José María Toro basta con tener un mínimo de apertura hacia la escuela como lugar de vida, por muy oculto que aparentemente se encuentre tras años de (inevitable) desgaste en el aula. Con todo, si algo destaca en José María son sus extraordinarias dotes comunicativas, su capacidad para encontrar la palabra justa con la intensidad adecuada en el momento oportuno. Es también un gramático del cuerpo y un artista del lenguaje, las dos herramientas del docente por excelencia, por encima de las Tecnologías de la Información y la Comunicación y del libro de texto (refugio muchas veces del que tiene poco o nada que contar). Pareciera un discípulo de Wittgenstein dada su insistencia de fondo en que el lenguaje crea realidades. No puedo estar más de acuerdo. Por eso José María es un maestro de maestros, una voz necesaria, una presencia vivificadora... si José Mª Toro no existiera habría que inventarlo.

sábado, 14 de mayo de 2011

Dos años de La Inocencia del Devenir

Dos años de “La Inocencia del Devenir” y 234 post después este blog se encuentra en un estado de contenida alegría. Resulta una experiencia sorprendente y al mismo tiempo maravillosa pensar que detrás de otra pantalla, en vaya usted a saber dónde, pueda haber alguien que lea estas entradas, fruto de una necesidad casi patológica de compartir reflexiones y algún que otro despropósito. Gracias a los asiduos de “La Inocencia del Devenir” y no menos agradecimiento a los esporádicos y ocasionales visitantes. Me sigue pareciendo una especie de sortilegio que alguien dedique unos minutos a leer cualquiera de estas entradas y ya no digo comentarlas. En este sentido quiero dedicarle una mención especial y muy cariñosa a una de mis más asiduas comentaristas desde hace ya tiempo, Emejota. También a quienes enriquecen las entradas con sus comentarios y aportaciones, y no solo aquí sino en la red social en la que suelo difundirlas.
Esto no deja de resultar un pretexto para que su autor trate de clarificarse de una vez por todas. Y es que atreverse a pensar sobre este proceloso mundo nuestro no deja de ser un ejercicio de soberbia.
El título de este blog es, como ya hemos comentado, un guiño nietzscheano, en este mes que para los sufridos (es broma) profesores de Filosofía está dedicado al autor del “Así habló Zaratustra”. Esta es una forma de fluir desprovista de moralina pero sí bien aprovisionada de ganas de contribuir a un cierto debate social, cultural, libresco y educativo. Dos años después, seguimos apostando por una ética de la resistencia frente a esta invasión de los ultracuerpos. ¡A seguir en la brecha, compañeros!

jueves, 12 de mayo de 2011

El Impertinente (5) ¿Jóvenes sin futuro?

Quizás no haya una palabra más ampliamente utilizada y más carente al mismo tiempo de un significado concreto que la de “juventud”. ¿Qué es ser joven? ¿una cuestión de edad o de un estado mental? ¿de qué jóvenes hablamos? ¿puede una sola palabra englobar a semejante diversidad? ¿hay una sobrevaloración de lo joven? En cualquier caso, han abundado las etiquetas a cual más desafortunada. En los últimos tiempos pasamos de aquel “Jóvenes aunque sobradamente preparados” (JASP) a “Jóvenes sin futuro”. O, mejor dicho, los primeros se convirtieron en los segundos. Hay que admitir que no se han ahorrado fórmulas para calificar a las distintas generaciones de jóvenes, todas ellas exageraciones no exentas de grandes dosis de injusticia, como la de “Generación ni” (por lo de “ni estudia, ni trabaja”). El caso es que, por el contrario, se les insistió a los jóvenes que con esfuerzo y tesón podrían conseguir cualquier cosa (sobre todo un hueco en esta sociedad) y no ha sido así. Para que el sistema educativo pudiera funcionar se hizo hincapié en la aplicación y el estudio como fórmulas para el éxito. Sin embargo, todos aquellos que siguieron estas instrucciones pueden hoy sentirse engañados (y lo cierto es que quienes no las siguieron también). “Con una titulación adecuada se te abrirán todas las puertas” -se les dijo. Alguien les ha estafado. Con esta monumental tomadura de pelo que es la crisis económica se ha dejado en la cuneta a toda una generación a la que se le ha privado de un futuro (o al menos del futuro al que la mayoría aspiraba). Eso de ser la llamada “generación perdida”, siguiendo con la retahíla de epítetos, es una verdadera tragedia no exenta, en esta ocasión, de una cierta verosimilitud. Constituye, además, una pérdida irreparable para el conjunto de la sociedad, que no puede permitirse prescindir de todo este potencial vivificador.
Es esta una juventud que tiene sobrados motivos para indignarse, tal y como señala el nonagenario Stéphane Hassel, para dar un sonoro puñetazo sobre la mesa y reclamar lo que le ha sido arrebatado. Que tal cosa aún no se haya producido es una muestra de cómo en este mundo funcionan los poderosos medios de adormecimiento colectivo. A la espera (¿inútil?) de que todo vuelva a las andadas el personal parece conformarse con este estado de cosas. Sin embargo, todo apunta a que nada no volverá a ser igual. Todo parece indicar que este entramado injusto y excluyente se está asentando a pasos agigantados ante la aparente indiferencia general. En este sentido sí habría que ponerle un “pero” a esta generación de jóvenes, pidiendo escusas por lo que supone emplear de nuevo una generalización apresurada. Siempre fue una cualidad de los jóvenes el inconformismo, el atrevimiento, la insolencia, incluso. Esa, en ocasiones, envidiable combinación de fortaleza física y agilidad mental, de actitud desafiante y espíritu inquieto, suponía un considerable desafío para el orden social dominante, un factor de ruptura y avance en muchas ocasiones. No parece que ahora estemos en eso. De que todo esté tranquilito y que las energías juveniles se encuentren convenientemente domesticadas se ocupa esta sociedad del entretenimiento de masas. Que señores de edad tan avanzada como el citado Hassel o nuestro maravilloso José Luis Sampedro sean quienes llaman a la acción no deja de ser algo sumamente revelador. Pareciera que el análisis crítico y la protesta frente a lo que no funciona fueran cosas de otros tiempos, y no porque actualmente no existan sobrados motivos para ello sino porque no es “divertido” (mi tesis es que, en realidad, no es otro el motivo). Es una más de las consecuencias de la despolitización casi absoluta de la ciudadanía y especialmente de los más jóvenes. Lo político pasa por ser “aburrido” (además de otras muchas más cosas todavía peores). Ese es el mensaje que interesadamente se le ha trasladado a la juventud. “Dejen la política para los mayores y ustedes dedíquense como mucho al fútbol y a las marchas del fin de semana, que para eso son jóvenes”. “No pensar / no actuar”, esa es la consigna. Quienes están detrás de todo esto son los mismos que le han arrebatado al final cualquier posibilidad a esta generación de contar algo en este mundo que no sea el de utilizar el dinero de sus padres (en el mejor de los casos) para consumir desaforadamente. Está en manos de los jóvenes empoderarse de nuevo. Nadie lo va a hacer por ellos.

martes, 10 de mayo de 2011

El Aula (9) Burocracia en la escuela.

Decía Max Weber, uno de los clásicos de la sociología y un estudioso de la burocratización en las sociedades modernas, que la burocracia se había convertido en una “jaula de hierro” del control racional. En una forma de dominación social e institucional orientada a la consecución de unos objetivos en la que la vida de los individuos se ve finalmente atrapada. Y el caso es que la escuela no podía ser menos. Muchos docentes vemos con una mezcla de hastío y resignación (muy poco cristiana) cómo esta oleada de burocracia nos invade paulatinamente. Nuestra administración educativa sabe que esta es una forma magnífica de control. A base de rellenar papeles, programaciones de aula y de todo lo programable que a algunos se les ocurra, informes, memorias y un largo etcétera, no queda tiempo para nada más. Sobre todo para pensar. La burocracia está reñida con la creatividad y la espontaneidad (dos valores que debieran ser sacrosantos en la escuela). Es adocenante y alienante. Se convierte en un fin en sí misma. Nos hacen creer que es una forma de objetivar, evaluar y registrar los procesos educativos. Pero todo el mundo tiene la fundada sospecha de que el único objetivo real es que al final un papel más o un archivo informático entre otros miles termine ocupando un lugar en un universo indeterminado sin que su existencia haya tenido la más mínima incidencia en ningún aspecto del entorno escolar.
Me cuesta imaginar (o al menos a mí me ha resultado siempre imposible) a un profesor planificando al milímetro sus clases, tal y como se le enseña canónicamente cuando en algún curso del ramo toca abordar las unidades didácticas y programaciones. No me imagino a nadie cuantificando las tareas que debe hacer un alumno para alcanzar, según la ponderación de turno, alguna de las ocho competencias básicas. Al mismo tiempo, preparando las mil y unas adaptaciones educativas que recojan la diversidad de niveles de aprendizaje que concurren en sus distintas aulas. Para qué seguir. La pregunta de fondo es ¿dónde queda lo esencial de la educación en todo esto? Con la obsesión por la planificación, la cuantificación y el registro (cuestiones cardinales de la burocracia) lo verdaderamente decisivo de la educación queda al margen. Precisamente, lo más relevante, lo que constituye el núcleo de la educación, es todo aquello que difícilmente puede preverse. Pero ¿cómo hacerle ver esto a ciertas mentes que están conformadas en esa jaula de hierro de la que hablaba Weber? Sería necesario disponer de más tiempo para leer, para vivir, y menos para languidecer en esa tediosa, absurda y deprimente máquina de picar carne que es la escuela burocratizada.

domingo, 8 de mayo de 2011

El Catalejo (14) Obama ¿Premio Nobel?

No hay, que sepa, un código ético para los premios nobeles de la Paz. Pero algo chirría en el comportamiento de Barack Obama, en su decisión de autorizar la “ejecución extrajudicial” de Bin Laden (dando por hecho que tal cosa ha ocurrido). Se supone que un Premio Nobel de la Paz debe saber que el cumplimiento de los Derechos Humanos no admite excepciones. Incluso un criminal como Bin Laden está amparado por esta Declaración, por mucho que le haya negado este beneficio a sus innumerables víctimas. La primacía del derecho es una de las características de una democracia y no la venganza o el puro y duro matonismo. Pero el mensaje que una vez más da EE.UU es que el ordenamiento jurídico internacional vale solo para los demás, lo cual da más mecha a quienes siguen manteniendo la retórica anti-imperalista. Claro que esta gente piensa en otras claves. La ideología del Far West sigue instalada en el ADN del norteamericano medio, desgraciadamente. Y con las elecciones presidenciales a la vuelta de la esquina nada mejor que un golpe de efecto como este para elevar considerablemente la intención de voto. No hay más.
Aunque el comité sueco para los premios nobel ha metido la pata en más de una ocasión (ahí tienen los galardones concedidos a Kissinger, Al-Sadat o Begin, por citar solo unos ejemplos de personajes poco dados a la cosa ética) se hace duro mantener en la nómina a Obama junto a un Mandela, Suu Kyi o el Dalai Lama, verdaderos referentes mundiales. Ya hace dos años se vio que concederle el premio a Obama, a pocos días de su nombramiento como presidente, por “brindarle a su pueblo la esperanza de un futuro mejor” [sic] era, cuando menos, motivo para la carcajada.
En realidad Obama no ha hecho otra cosa que comportarse como lo que es: el presidente de una superpotencia que aspira a seguir siéndolo frente a tanto aspirante a arrebatarle la primacía. Los que debieran entonar un mea culpa universal fueron los que tan alegre y despreocupadamente le otorgaron el galardón apenas se estrenó en el cargo (como si no hubiera una larga nómina de candidatos sobradamente acreditados). No hemos visto por parte de Obama ningún comentario sobre la utilización de la tortura o la violación de la soberanía territorial de un país (Pakistán). Asistimos, además, a una taimada marcha atrás con el asunto Guantánamo. Vamos, como para proclamarlo “Príncipe de la Paz” (con permiso de Manuel Godoy).

sábado, 7 de mayo de 2011

El Cazador de Libros (11) Terturlia Literaria Líber

El pasado jueves, 5 de mayo, celebramos la sesión inaugural de la Tertulia Literaria Líber, en el Café Los Príncipes del Puerto de la Cruz. Les adjunto un texto a modo de manifiesto.


“Leer en el final de los tiempos”.
Para muchos vivimos en un cambio de época, pero también en una época de cambio. Los signos, sin embargo, de que la cosa es bastante seria, estarán todos de acuerdo, ha sido no tanto la aparición sino la aparente generalización de un artefacto con ribetes demoniacos: el libro electrónico. Aunque este aparato no es sino un escalón más en la progresiva evaporización del mundo, posee una altísima carga simbólica. Y es que el libro se consideraba como el producto cultural por excelencia, el vehículo privilegiado del conocimiento. Pese a que este vehículo había experimentado a lo largo de los siglos distintas transmutaciones y actualmente vivía un periodo de hiper inflacción nunca se había visto frente a su más que posible disolución en forma de bits, esa retahíla insolente de unos y ceros (o algo por el estilo, que lo mismo da). ¡Esto es un signo indiscutible del fin de los tiempos! El último escalón de la deshumanización en la era de la Técnica tantas veces anunciado. Se hace necesario, por tanto, crear células de resistencia política y cultural. Los últimos lectores deben reunirse para leer los últimos libros en el último rincón del planeta. Porque la lectura de un buen libro en un insustituible formato de papel se está convirtiendo en todo un gesto de resistencia. Y es que en el futuro leer un libro que no sea gracias a la intermediación de alguna dichosa pantallita podría considerarse, además, un gesto provocador y hasta peligroso (todo llegará).
El libro digital elimina dos de las condiciones esenciales de la existencia: la temporalidad y la materialidad. Un libro digital no envejece con el dueño, permanece en un estado estacionario que termina convirtiéndose en inerte. NO ES porque ha quedado reducido a un código nanométrico solo descifrable por una terminal multiusos. El apocalipsis es entonces la desmaterialización y la atemporalidad (no otra cosa es el universo digital que se nos avecina).
Por eso hemos acuñado un término que describa este periodo convulso y que al mismo tiempo nos sirva como referente ético y estético: el apocalipticismo. Cualquier movimiento cultural que se precie ha tratado de colar algún “ismo” en la ya larga nómina de estilos, géneros y tendencias. No tenemos constancia de que este haya sido registrado o si lo ha hecho la urgencia de estos tiempos justifica su reapropiación inmediata. Así que podemos quedar en que el apocalipticismo es una estética del final y una ética de la resistencia. Leer un libro impreso es ya ambas cosas.
El apocalipticismo es extremo, paradójico, patafísico, sentimental, libertino, procaz... Los últimos lectores que se reúnen para leer los últimos libros en el final de los tiempos tienen una vocación eminentemente trágica. Participan de una idea casi romántica de la existencia, conscientes de que son una especie condenada a la extinción en medio de este mar de estupidez generalizada. Es una actitud vital y una forma de despistar que, al contrario de lo que alguno podría pensar, ama profundamente la vida y dos de sus manifestaciones más preclaras: la risa y la alegría. No hay otro modo de encarar estos tiempos postreros: con un libro impreso en la mano y grandes dosis de humor apocalíptico (al menos justo una hora antes de que todo se vaya al garete).

miércoles, 4 de mayo de 2011

Pasión por la Música (2) Centenario Mahler

Se cumple este mes el centenario del fallecimiento de Gustav Mahler. Otra magnífica excusa para reafirmarse en la fe mahleriana de tantos incondicionales repartidos por el mundo. Siempre vuelvo a Mahler cada vez que tiene uno esas épocas de exaltación nostálgica, cosa que pudiera resultar un contrasentido, pero también a través de ciertos estados de ánimo de la familia de la melancolía puede alcanzarse algún estado de éxtasis. Y nada más propicio para acompañar este tránsito de la existencia que alguna de las sinfonías de Mahler. Como ya relatara en un post pasado tengo una especial predilección por la 2ª, pero no se queda atrás la 1ª, la 5ª o la 8ª. Cada una de ella, a pesar del aire de familia que las caracteriza, con una impronta propia y especialmente recomendada según los matices del ánimo. Cien años después de su muerte el mahlerismo goza de una extraordinaria salud entre los melómanos. Incluso las representaciones de obras de Mahler ha desplazado a las de Beethoven, que ya es decir. Pero no siempre la cosa fue así. Hubo un tiempo en que Mahler era percibido por muchos como un compositor decadente y estridente, más dado al efectismo que a la profundidad. Superados estos prejuicios (pues no eran otra cosa) pocos se atreven a minusvalorar la obra del compositor bohemio.
A pesar de esto ¿cómo acercarse a Mahler? Uno que se dedica a esta forma de sacerdocio que es la docencia se pregunta: ¿es posible introducir a un chico/a de 17 años en los arcanos del mahlerismo? Supongo que no. Es algo a lo que uno llega por su propia trayectoria o no hay nada que hacer (después de ciertos intentos con este y otros imposibles he llegado a esta fatal conclusión). Oír a Mahler, como hacerlo con gran parte de los clásicos, supone un tipo de actitud completamente en las antípodas de lo que se destila hoy en día. Para oír a Mahler hace falta tiempo, calma y disposición de ánimo, tirando por lo bajo. Cosas que se antojan una quimera en nuestro mundo vacuo e hiperveloz. No queda más remedio que acentuar el espíritu de la resistencia y acostumbrarse a vivir instalados en un perpetuo cuartel de invierno. Tiene su gracia, no se crean.

lunes, 2 de mayo de 2011

El Catalejo (13) Adormecidos

El periódico de mayor tirada en España (con permiso de los deportivos, claro) publicaba el pasado sábado en su portada una noticia devastadora: “El paro se asoma a los cinco millones”. Debajo, la fotografía a cuatro columnas no era la de alguna de las muchas familias en los que ya no entra ni un euro sino la del paseo en un descapotable de sus altezas los príncipes Guillermo y Catalina después de su real boda. Muchos se preguntan cómo con la que está cayendo no se ha producido aún alguna forma de estallido social. Se suele aducir que en España hay una importante economía sumergida que hace de colchón o que, a pesar de todo, los restos del Estado del Bienestar todavía desempeñan una cierta función (no sé si esto valdría para el Reino Unido). Sin embargo, considerando incluso que estos y otros factores explicarían en gran parte esta adormidera colectiva hay otro que curiosamente se cita poco y me parece no menos importante: los efectos de la sociedad del entretenimiento de masas. Desde hace ya unas cuantas décadas funciona en los países desarrollados una poderosa industria del ocio y del espectáculo que tiene como finalidad esencial, a parte de la de hacer caja, claro está, mantener al personal en un estado de catalepsia colectiva. En las tierras de Su Graciosa Majestad, después de que Cameron anunciara una draconiana política de recortes que empobrecerá más aún a muchísimos ciudadanos (que no a las élites de siempre), el locutor del bodorrio celebraba que un acontecimiento así sirviera para distraer al menos durante un rato a la gente entre tanta mala noticia. Más claro no podía haberlo dicho y además habría que darles las gracias a los duques de Cambridge por haber tenido la gentileza de casarse. Seguramente en un gesto de cara a la galería los Windsor se habrán hecho cargo de parte de los gastos (como si eso no saliera del erario público) o se habrán visto en la triste tesitura de poner caviar de menor calidad en el cóctel de turno (para que no se diga que la realeza tampoco pasa estrecheces). El sin fin de torneos de fútbol y eventos deportivos, galas de diverso signo, cuitas del famoseo, etc, aderezadas con el telón de fondo del hiper consumo como plan de vida, son el verdadero opio del pueblo. Y cuando la gente malvive entre la indigencia económica y la intelectual es capaz de cualquier cosa, incluso de pensar que la derecha tiene la solución para sus males. Un estallido social lo provocaría, antes que los cinco o seis millones de parados, una semana sin televisión o tres días sin ordenador.