jueves, 29 de diciembre de 2011

El Cazador de Libros (19) Ensayos para estos días.

Me voy a permitir, antes de que desaparezca esto de los libros de papel, hacer algunas modestas recomendaciones bibliográficas aprovechando también estas fechas de dispendio venidas a menos. Voy a sugerir algunos de los ensayos que he leído este año y que, a mi juicio, pueden proporcionarle a los lectores muchas satisfacciones.
Empiezo por un género que me es particularmente grato: el de los libros que hablan de libros. Tenemos el último trabajo de este apasionado de la materia, Jesús Marchamalo, “Donde se guardan los libros” (Siruela 2011) en la que podemos bucear en las bibliotecas personales de una veintena de escritores. En plan lujillo disponemos ahora mismo de una magnífica publicación de Martyn Lyons, “Libros, dos mil años de historia ilustrada” (Lunwerg 2011), un auténtico regalo -como dice el tópico- para los ojos. En el capítulo de Historia viene bien una de estas publicaciones “posmodernas”, centrada en los acontecimientos que hasta el momento no fueron de excesivo interés para los profesionales del ramo. Se trata del libro de Bill Bryson, “En casa, una breve historia de la vida privada” (RBA, 2011). No sé si tendrá el éxito de “Una breve historia de casi todo” pero al menos su toque de humor anglo está garantizado. La editorial Acantilado por su parte ha rescatado una rareza del biógrafo Emil Ludwig, “Tres dictadores: Hitler, Mussolini y Stalin” en la que hace unas semblanzas tempranas (se trata de un texto de 1939) y extraordinariamente clarividentes. Ha caído en mis manos un volumen muy interesante, una versión gráfica (o en cómic -como se prefiera) de un autor pionero en sacarle las vergüenzas a EE.UU, una especie de antecesor de Chomsky, Howard Zinn, “Una historia popular del Imperio Americano” (Sinsentido 2010) que reúne un texto ágil con unas ilustraciones fantásticas. También centrado en EE.UU, pero desde otra perspectiva, es muy recomendable el libro de Russell Shorto, “Manhattan, la historia secreta de Nueva York” (Duomo 2011) en la que el autor saca a la luz una interesante y novedosa documentación sobre la época fundacional holandesa de lo que luego sería el ombligo del mundo. En el terreno de la Política (sí, han leído bien) les sugiero el texto de Mohamed El Baradei “Años de impostura y engaño” (RBA 2011) en la que el Premio Nóbel saca a la luz con todo detalle lo que muchos sabían: las rastreras maniobras del gobierno Bush para embarcarse en una guerra contra Irak. Ahora mismo me encuentro leyendo un libro sobre Corea del Norte, Barbara Demick “Querido Líder” (Turner 2011) espoleado por las tragicómicas imágenes del funeral del último de sus dictadores dinásticos, en las que cualquiera pudiera pensar que se trata de una gran opereta absurda -sino fuera porque detrás de esa escenografía de masas se esconde una dramática realidad donde millones de personas están condenadas a la inanición y a la sumisión más humillante. Para no pecar de exceso quiero terminar con el que quizás ha sido para mi el ensayo del año: Barbara Ehrenreich, “Sonríe o muere, la trampa del pensamiento positivo” (Turner 2011). Un demoledor trabajo sobre todo el mundo sectario de la autoayuda y de la ideología del rollo positivo como forma de control social. Dicho queda.

¡FELIZ Y BIBLIOMANO 2012!
Posdata 1. Me alegra mucho que la entrada número 300 de este blog haya coincidido con un post sobre libros, pura casualidad -pueden creerme.
Posdata 2. Feliz año a los lectores y lectoras de “La inocencia del devenir”. Esperemos que los malos augurios que todo el mundo vaticina para este 2012 se conviertan al final en una corriente de energía transformadora. O al menos que lleguemos al 2013 para contarlo.

lunes, 26 de diciembre de 2011

El Catalejo (37) Lo aguantan todo

Mucho temo que el poder democráticamente constituido (parto de esta premisa para que no haya equívocos) ha desarrollado sus triquiñuelas para pasar por encima de cualquier disidencia. Está claro que con una mayoría absoluta y al comienzo de una legislatura nos toca esperar una buena tunda. La duda que me queda es si los electores, o al menos una parte sustancial de los mismos, tiene una idea clara de lo que significa darle carta blanca a la opción  más ultraliberal del zoco político. Tendremos que comprobarlo en nuestras maltrechas carnes. El problema está en que quienes manejan los resortes del poder han aprendido a aguantarlo todo. El ejemplo más palmario es Grecia. No parece que las oleadas de protestas masivas hayan servido para que el gobierno griego diera marcha atrás en sus medidas antisociales. El amago de Papandreu con lo del referéndum demostró el grado de cinismo, incluso, de esta gente. Las “guerras de desgaste” en un marco, al menos formalmente democrático, las ganan casi siempre los gobiernos. Para ello tienen varias cosas esenciales: las fuerzas policiales y armadas, los medios de comunicación de masas y sus sueldos asegurados. Pongamos otros ejemplos más cercanos: en el sector educativo público, empezando por el canario, las políticas de recortes (o el de la homologación del profesorado en su día) supusieron un rosario de justificadísimas huelgas y protestas por parte de los docentes.  Desde una concepción de la buena gobernanza (término que me resulta un tanto extraño pero que se ha puesto de moda) como armonización de diversos intereses y como defensa de lo público como base de una sana articulación social el resultado habría sido al menos un esfuerzo negociador sostenido. Pero no. Se trata de no dar ni un paso atrás -no sea que la opinión pública perciba alguna debilidad- y enrocarse en la postura de partida en base a cosas tales como el programa electoral (que muy poca gente lee y casi con seguridad no alude sino a unas cuantas vaguedades) y la responsabilidad de gobernar. Es decir: están preparados para lo que haga falta. A ellos no les descuentan los días de huelga ni les suele importar demasiado el deterioro de los servicios públicos. Luego viene lo del miedo, alguna campaña de imagen y, sobre todo, el tiempo que todo lo diluye. Cuando se acerquen de nuevo las elecciones ya todo será agua pasada y a agitar la benderita de nuevo. Así que no nos va a quedar más remedio que inventarnos algún procedimiento que de verdad les preocupe. ¿Qué tal un “apagón” futbolístico?

miércoles, 14 de diciembre de 2011

El Impertinente (11) Adiós, Europa, adiós...

Siempre nos habían dicho que Europa terminaba en los Montes Urales. Ahora habría que decir que Asia empieza en el Peñón de Gibraltar. Y es que la idea de Europa o, mejor, cierta idea de ella, ha terminado saltando por los aires. La Europa occidental surgida de la II Guerra Mundial que terminó por desarrollar un sistema de protección social que oponer a la Europa controlada por la Unión Soviética ha pasado a mejor vida. Quienes en su día criticaron el Estado del Bienestar como un señuelo socialdemócrata hoy suplican por salvar los últimos rescoldos del mismo. Estoy convencido que en el núcleo de esta supuesta crisis económica se esconde una operación gigantesca para acabar con la idea de Europa como confluencia, al menos sobre el papel, de estados sociales y democráticos. No se trata de que la crisis haya acabado con Europa sino que para acabar con Europa hacía falta una gigantesca crisis. Entre el modelo ultraliberal norteamericano y el disparate económico y social chino, Europa no tiene nada que hacer. Al menos en términos de competitividad económica al más puro estilo capitalista [“competitividad” = argucia para dejar a los trabajadores con lo puesto]. En la carrera por lo más barato el modelo europeo resultaba demasiado caro. Solo había que darle un empujoncito para que esto se terminara convirtiendo en una gran sucursal del todo a cien en el que ha devenido la aldea global.
Es cierto que no tenemos que idealizar demasiado un modelo europeo concebido desde el principio como un gran mercado y poco más. En la retórica política de sus orígenes, la Unión Europea, en sus distintos formatos, gustaba de presentarse como la garante definitiva de la paz en el Viejo Continente, la gran unificación de países que en su integración económica terminarían por coincidir políticamente. Hubo un tiempo que, con las locomotoras alemanas y francesas a la cabeza, entrar en el club europeo era el certificado de modernización de un país. Y en ese sentido, hay que reconocer que gracias a los fondos de cohesión y estructurales el Estado Español, desde su ingreso en 1986, terminó por dar un importante, aunque desigual, salto adelante. Pero en cuanto el flujo financiero tomó otros derroteros, haciéndose cada vez más especulativo, y el peligro soviético se disolvió como un terrón de azúcar las tornas empezaron a cambiar. Hoy se ha visto que la construcción y la solidaridad europea hacen agua cuando colisionan con los intereses bancarios y con los de Alemania (la gran beneficiada por esta cosa de la moneda única). Los famosos eurobarómetros están por los suelos y ya se habla sin ambages de la Europa a dos velocidades y de poco menos que países basura a los que hay que castigar como niños traviesos.
Pero si algo ha quedado en entredicho es el enorme déficit democrático de la Europa del presente y de la que nos están diseñando. Las instituciones europeas más relevantes, empezando por el Banco Central Europeo, y el eje París / Berlín, los que de verdad cortan el bacalao, ponen y quitan gobiernos, dan o niegan el visto bueno a presupuestos nacionales, aplican el bisturí sin vacilación alguna a países enteros, cocinan medidas económicas y diseñan su particular chiringuito a espaldas de la ciudadanía. Para ello utilizan la mejor de las armas conocidas: el miedo. Hay un permanente recurso al “o esto o el caos”. En vez de reconocer que el rumbo que han tomado las cosas no hace sino agravar esta crisis insisten en una permanente huida hacia adelante con la excusa de que es la única manera de salvar algo de esta Europa moribunda. Sin embargo, lo que se está tratando de salvar, digámoslo claro, es el nivel de vida de las clases y las corporaciones dominantes. Mucho me temo que, a estas alturas, solo una catástrofe hará que este impulso suicida se detenga. Y esa catástrofe muy posiblemente vendrá del colapso de la economía y del modelo social chino, mucho más frágil de lo que nos han contado y cuya honda expansiva dejará a Grecia como un inofensivo juego de niños. Mientras tanto no nos queda más remedio que entonar un “Adiós Europa, adiós... ¡abran paso a Eurasia!” (y que el dios de cada uno nos coja confesados).

domingo, 11 de diciembre de 2011

Cine a solas (5) Un método peligroso

Plantearse una película sobre la famosa y turbulenta relación entre Freud y Jung y que esta no sea una rareza de autor, destinada a un público selecto y minoritario, puede parecer todo un atrevimiento. Y esto es justamente “Un método peligroso”. Aunque la historia de atracción fatal y amor sadomasoquista entre Jung y su paciente Sabina Spielrein supone el núcleo de la película, el telón de fondo, con el psiconálisis y su lucha por aparecer como un respetable descubrimiento científico y la desquiciada sociedad vienesa de principios de siglo, logra una historia singular, alejada de los lugares más o menos comunes en los que se mueve el cine comercial.
Mi escasísimo conocimiento de Jung (lo del 'insconciente colectivo' y poco más) me llevó a adelantar un libro que tenía en cola, Richard Noll, "Jung, el Cristo Ario" (Vergara, 2002). Esto me sirvió para valorar a posteriori el extraordinario guión sobre el que está cimentada la película. Las referencias a los hitos principales de esta relación triangular, tanto amorosa como intelectual, están logradísimos. Podemos asistir, ayudados por una cuidada ambientación, al reinado de Freud (un Viggo Mortensen sobresaliente) como apóstol indiscutido del psiconálisis entendido casi como una nueva religión, a la desafección del príncipe heredero, Jung (Michael Fassbender), quien inicia una deriva que le llevará a adentrarse en el oscuro mundo del espiritismo y el mesianismo redentorista. Se pone de manifiesto la necesidad del psicoanálisis, dominado hasta entonces por judíos, de saltar esa barrera étnica en la que el ario Jung jugaría un papel esencial. En medio, Sabine Spielrein, interpretada de una manera un tanto sobreactuada pero muy meritoria (se nota lo de la nominación al Óscar) por Keira Knightley, una paciente afectada de una grave neurosis que termina convirtiéndose en amante de Jung y discípula de Freud, una de las primeras mujeres admitidas en los cenáculos psicoanalíticos. Hay una breve pero decisiva aparición del excéntrico Otto Gross, uno de los discípulos bohemios y morfinómano de Freud, quien intentara una combinación fecunda pero explosiva entre la Filosofía de Nietzsche, los postulados psicoanalíticos y el anarquismo. Aunque se presenta también como paciente de Jung, obligado por su iracundo padre, termina arrastrando al terapeuta hacia su propio terreno. Gross plantea la liberación del individuo de toda represión y la más absoluta desinhibición sexual hasta el punto de proponer la poligamia como la vuelta a la verdadera naturaleza humana. Una película inquietante y extraordinaria que tiene la peculiaridad, como buen producto psicoanalítico, de ponernos en los límites difusos entre la razón y la locura, entre las convenciones sociales y los deseos más profundos. Hay que verla.

lunes, 5 de diciembre de 2011

El Catalejo (36) Contra la pureza

El título de este post no es precisamente una diatriba contra la festividad de la Inmaculada Concepción, allá los católicos y sus oscuras cosas metafísicas. Es un alegato contra la “pureza” política que todavía campa a sus anchas en distintos altares de las izquierdas de nuestros días. Esto viene a cuento porque me encontraba hojeando esta mañana la última publicación de Agapito de Cruz -un histórico del ecologismo canario- “Canarias en clave de Sol” (Libreando, 2011), en la que recoge una década de artículos free lance, como él mismo dice. Leer a Agapito siempre es un placer pero me llamó mucho la atención una aseveración del primer capítulo del libro en el que daba por obsoleto al ecosocialismo y reclamaba (no lo dice con estas palabras) la pureza de los postulados ecologistas y en particular del ecologismo libertario. Resulta curioso que un planteamiento político como el ecosocialista que, hasta donde yo sé, no ha tenido la oportunidad de probar aún sus bondades y sus defectos, sea despachado de esa forma tan categórica por el autor. El argumento de fondo no me suena a nuevo: mis postulados teóricos son los únicos capaces de dar una explicación global y una respuesta a los problemas de nuestro tiempo y la principal tarea de quienes creemos en ellos es que permanezcan incontaminados. Si la ciudadanía se da cuenta de esta verdad revelada y nos vota ¡estupendo! Y si no aquí seguiremos aguantando la vela de las esencias entreteniéndonos básicamente con quienes están a nuestro lado en el ideario -sobre todo para echarles una puya de vez en cuando. Hay que decir que esta tendencia al puritanismo ideológico es bastante habitual en las izquierdas de distinto signo. Los soberanistas e independentistas, por ejemplo, suelen pasar pruebas de pedigrí nacionalista antes de sentarse a hablar con cualquiera, no sea que el interlocutor termine siendo un opresor neocolonialista y no se haya dado cuenta todavía de ello. Algunos ecologistas suelen manifestar más simpatía por un individuo claramente de derechas que tiene la buena costumbre de reciclar las botellas de plástico que por un tipo de izquierdas que anda por el mundo con esas cosas de la justicia redistributiva y  los Derechos Humanos pero que deja el grifo del agua abierto mientras se cepilla los dientes. En fin, aquí todo el mundo hace de su capa un sayo.
Yo suelo insistirle a mi alumnado que los planteamientos filosóficos, políticos, artísticos... más fecundos a lo largo de la historia han sido aquellos que han supuesto una síntesis de otros anteriores, que recogen en su seno tradiciones y corrientes aparentemente contrapuestas -incluso- pero en las que se han dado puntos de encuentros que alguien ha sabido poner de manifiesto. Las posturas absolutamente esencialistas, aquellas que pretenden permanecer inalteradas, terminan deviniendo, la mayoría de las veces, en reductos sectarios, ahistóricos, impermeables a la realidad cambiante que pulula a su alrededor. Esto no significa un “todo vale”, cuidado, ni un totum revolutum sin pies ni cabeza. Es una modesta exhortación, en todo caso, a la necesidad de que los planteamientos progresistas de diverso signo, aunque procedan de distintas sensibilidades o pongan el acento en esto o aquello, establezcan las bases, de una vez por todas, de un gran acuerdo en lo fundamental. Alguien podría objetar que el término “progresista” es ambiguo o insuficiente. Pero si fuésemos capaces de darle entre todos un nuevo contenido a este concepto, que ha terminado siendo devaluado por un partido-empresa que representa todo aquello en lo que no debemos caer, ya habríamos dado un gran paso adelante. Mientras, me sigue apenando los esfuerzos de uno y de otros por presentarse como los únicos que aún no tienen mácula, los concebidos por obra y gracia del espíritu redentor de la ideología verdadera. No sé porqué me viene a la cabeza aquella estrofa de Pedro Guerra: “contamíname, mézclate conmigo...”

sábado, 3 de diciembre de 2011

El Aula (19) La Navidad en el aula.

La sana curiosidad del alumnado, víctima entre otras cosas de mi ateísmo militante, le lleva a hacerme preguntas como estas: ¿y tú celebras la Navidad? Les suelo contestar que ¡por supuesto! Este es el pretexto para poner sobre la mesa algunas cuestiones que a mi juicio son muy interesantes. En primer lugar la dimensión simbólica del ser humano y a continuación la vertiente antropológica y cultural de esta y otras festividades. Ya se ha puesto sobradamente de manifiesto que la Navidad cristiana fue una sustitución de las antiguas fiestas romanas de las Saturnales “(...) en las que se celebraba la finalización de los trabajos del campo, celebrada tras la conclusión de la siembra de invierno” (Schultz, 1988) y de la Fiesta del Nacimiento del Sol Invicto, fijada por Aureliano el 25 de diciembre (Domené, 2010). Precisamente, la identificación de Jesús como “Sol invicto” produjo una asimilación de antiguas tradiciones. De hecho, la Natividad de Jesús es una de las festividades cristianas de raíces más claramente paganas. Tiene que ver, incluso, con rituales mucho más antiguos, de origen egipcio y mesopotámico, relacionados con el ciclo solar.
Hecho este preámbulo, hay que dejar claro que la imprescindible crítica de nuestra cultura no significa necesariamente que uno reniegue de ella. Cierta concepción de la Navidad relacionada con valores fraternales es perfectamente asumible y reivindicable. Y más ahora que ha terminado degradándose en una orgía consumista y mercantil, desprovista de toda simbolización y significado. Por estas mismas circunstancias se me ocurrió inaugurar en mi aula este antiguo ciclo festivo con una pequeña ceremonia centrada en el “Árbol de las Utopías”: un cono de papel que expresa algunas aspiraciones que mejorarían nuestra maltrecha convivencia. El encendido de unas velas, como símbolo solar, expresa esa idea antigua del fuego como elemento que reúne en sí mismo lo permanente y lo cambiante, lo catártico y lo mistérico. Algún que otro aditamento como la música de Gabriel Fauré o la lectura de un poema del siempre maravilloso Walt Whitman añaden un pequeño toque estético. De lo que se trata, en definitiva, es de ir más allá de lo dado, de forzar las tradiciones para acercarnos al trasfondo que encierran, de huir de los recursos trillados y de plantear  alternativas. ¡Ah, y que tengan unas Felices Fiestas!