La innovación educativa, la mejora de los procesos de
enseñanza/aprendizaje, la respuesta a los retos sociales, etc. debieran ser una
constante en todos los agentes implicados en este universo de la educación. En
esto creo que habría poca discrepancia. Nuestra Consejería de Educación con su
plan ProIDEAC (Pro integrar: diseño + evaluación,
aprendizaje competencial) parece haber querido dar un salto decidido en este
sentido. Pero he aquí que los vientos huracanados que corren van en la dirección
contraria. Mal momento parece haber escogido nuestra afamada Consejería para
implementar un plan tan ambicioso. En el momento en el que la Escuela Pública
se enfrenta lisa y llanamente a un trance de pura supervivencia, los gestores
de la cosa educativa deciden liarse la manta a la cabeza y nos presentan una
revolución metodológica con aires de ordeno y mando. Justo cuando las condiciones laborales y
profesionales del personal se encuentran en su punto más bajo desde hace
décadas los responsables de turno apuestan por tocar a rebato y nos ponen a
trabajar en centros masificados como si estuviéramos en una especie de
Summerhill. Quien suscribe, que es en el fondo muy afín a enfoques
competenciales y evaluaciones auténticas [sic], no deja de contemplar con
asombro cómo se ha llegado a este punto de evidentes contradicciones. En el
curso en el que al profesorado se le aumenta la carga horaria lectiva y
complementaria, en el que se ha producido un aumento notable de las ratios, en
el que los centros se encuentran con serios problemas para reponer el material
fungible más básico, es cuando se nos pide un salto cualitativo propio de un
entorno finlandés. Está claro que los resultados educativos que se desprenden
las distintas evaluaciones internacionales son verdaderamente pésimos para el
Estado Español en general y Canarias en particular. Pero si queremos resultados como el finlandés
habrá que ir creando un entorno social y económico similar al finlandés.
Para
que no se diga, también soy de los que (aún) cree en el potencial transformador
de la escuela. Sin embargo, resulta cuando menos ingenuo pretender que con
políticas de desmantelamiento de los servicios públicos, que nos llevan a
escenarios de mera supervivencia, se pueden poner en práctica planes que
supondrían un estado de cosas radicalmente diferente. En ese sentido la nefasta
LOMCE es más coherente porque parte de la necesidad de dar marcha atrás en
muchos de los logros hasta ahora conseguidos. ¿Quieren ustedes unas prácticas
docentes en consonancia con los retos de esta sociedad del conocimiento (otra boutade, por cierto) de la que hablan?
Empiecen por mejorar el acceso a la función docente, diseñando un perfil
profesional en consonancia, inviertan en educación lo que hiciera falta para
conseguir estos objetivos (¿se acuerdan cuando al comienzo de la crisis se
hablaba de que para salir de ella una educación de calidad era una herramienta
estratégica?), apuesten decididamente por la enseñanza pública, etc. Y solo
entonces planteamientos tan loables y ambiciosos como ProIDEAC serán
verdaderamente creíbles y rubricados sin ambages por el conjunto del
profesorado. En caso contrario, se habrá perdido otra oportunidad para avanzar
hacia una enseñanza de calidad que tanta falta nos hace.