Al calor de la que está cayendo uno
se pregunta cuál puede ser la motivación que anida en cualquier militante de base
de un partido de derechas, al menos del hasta ahora hegemónico en este país.
¿Un ideal basado en las supuestas virtudes de la economía liberal?, ¿una visión
tradicional y conservadora del mundo?, ¿un “arriba España”?, ¿un
nacionalcatolicismo de graduación variable? Cualquiera de estas posibles
motivaciones, o una combinación de ellas, ha quedado empañada por una
constatación que parece inapelable: la derecha se ha revelado como una máquina
de saqueo y latrocinio sistemática. Hoy por hoy, resulta difícil entender a un militante
o aspirante a serlo que sea capaz de obviar el pozo de corrupción sin límites
en la que se ha metido desde hace tiempo la derechona nacional, a no ser que
sufra de un bloqueo cognitivo generalizado. La cuestión de fondo es que, por si
no quedaba todavía claro, el objetivo de esta opción política no es otro que
los negocios (los suyos). Y los negocios solo entienden de cuenta de
resultados. Por muchas milongas que nos cuenten aquí no se trata de palabras
grandilocuentes como “Libertad”, “Religión” o “España”. Se trata de asaltar los
recursos públicos, legislar para los amiguetes, plegarse a las grandes
corporaciones para hacerse luego con el terrón de azúcar, sacrificar a las
personas en el altar de la bolsa, tergiversar la memoria colectiva, negarles un
futuro digno a las generaciones
venideras... La consecuencia de todo esto es la corrupción, que nos acerca cada
día más a Zimbaue y menos a una democracia madura y consolidada, y la
precariedad de grandes sectores de la sociedad. Como dijo un preboste de la
derecha hace muy poco, en un arranque de cinismo propio de esta gente: “la
desigualdad crea riqueza” (la suya, le faltó decir). Visto el panorama, resulta
incomprensible que personas de buena voluntad (que las hay) todavía piensen que
la derechona patria es una opción política válida o que militantes honrados no
rompan su carné del partido en las narices del secretario general de turno. Al
final, no puedo dejar de pensar que los aspirantes y los que permanecen en las entrañas
de este monstruo desbocado no son sino más de lo mismo, postulantes a ocupar un
puesto en la máquina de robar o a recibir alguna de las migajas que pueda caer
desde arriba. Cómplices de lo que está pasando, lisa y llanamente.
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